sábado, 22 de enero de 2011

Capítulo XII

 -¿Una cita con ese detective? ¿Están locos?- fue lo primero que dijo Michael al llegar. Ahora vestía un traje negro de camisa blanca, lo que lo hacía difuminarse con la noche cuando atravesaba aquellas calles oscuras. Simon había llegado antes que él y me había planteado el encuentro, el primero que sería esa noche –Ése es el tipo que anda buscándome a mí-
 -Con esto su atención se desviará, créeme. No hay tiempo que perder- Simon seguía sentado en el mismo lugar desde que llegó.
 -Ellos ya empiezan a mover sus piezas y esta misma noche- agregué yo.
 -¿Ellos? ¿Qué no está ese hombre herido?- Michael sonaba fastidiado.
 -Está herido, pero al parecer tiene un gran apuro- frunció el ceño Simon –Es una gran oportunidad mientras ellos se ocupan de los Santino-
 -Se reunirán en el Break O´Dawn, ya citaron a Frank- a mí me parecía todo muy apresurado, pero tal como decía Simon, el tiempo que durara esa guerra entre las familias era el tiempo que tendríamos nosotros para acabar con todos ellos. Y la ironía era que hasta hacía poco todos nos pasábamos las noches allá en aquel lugar, yo cantando, los Santino apostando, y los Gilardino regodeándose con sus ganancias.
 Michael enarcó las cejas y se paseó por toda la sala.
 -Ese hombre tiene los días contados- comentaba- Ya veo que no tendré que ocuparme yo de él- se detuvo ante nosotros con expresión grave- Pero Antonio es mío ¿Está claro eso?-
 Simon y yo asentimos.
 -Mataron a los amigos y guardaespaldas de Scarlet- las malas noticias continuaban. Simon se encargaba, yo no podía hablar de eso.
 Y me sentía que era otra persona. Desde que salí del hotel-casino la vida que conocía había desaparecido casi por completo, la mayoría de mis amigos habían muerto y yo, si no estuviera protegida, lo estaría ya también. Pero ahora tenía el amor, y eso curaba todas las penas.
 -Scarlet… lo siento- Michael se impresionó, y podía entender por lo que estaba pasando, él también sabía lo que era perderlo todo.
 Le sonreí muy agradecida ya que eran muy pocas las cosas que podían ayudarme en aquellos momentos.
 -Se reunirán en el Break O´Dawn a la una- Simon observó que ya eran las diez de la noche en el reloj de la pared- O sea, teóricamente la reunión es mañana, pero bueno-
 -¡Y nosotros ya debemos irnos! Es hora de nuestra cita- me puse nerviosa y Michael rezongaba todavía  muy indeciso.
 -Vamos, hablaremos con el detective. Y tú Michael, debes vigilar la zona, que McCluskey esté solo y no intente nada. Y sobre todo que nadie te vea, porque nadie debe saber  de ti- Simon estaba al mando, tenía todo el porte de un capo mafioso. Incluso alguien como Michael accedería a trabajar para él si ése fuera el caso.
 -¿Y qué se supone que hará McCluskey?- dijo el aludido.
 -Pretendemos causarle más problemas a las familias y así se alejarán más de nosotros- explicaba Simon- Tengo evidencias-
 -Hum, en fin, ya no son los Santino los que más me preocupan- se notaba mucho nerviosismo en la apacible personalidad de Michael.
 -Y yo puedo atestiguar contra Antonio- intervine- Quebrantaré la Omerta-
 -Scarlet- me reprochó él.
 -Yo también lo haré. Soy testigo, fui cómplice de él también- recordó Simon- Trabajé para todos ellos-
 -Si nadie se entera de que los delatamos, si nadie queda vivo, nos salvaremos de haber quebrantado la Omerta-
 -Es posible- Michael trataba de no perder todas las esperanzas -¿Pero cómo pueden confiar en ese McCluskey?-
 -No sé, tal vez es una corazonada- me acerqué a Michael y le tomé la mano para darle confianza, todos deseábamos que la suerte nos favoreciera- Pero eso es lo que vamos a averiguar justamente ahora-

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 Un día Lunes a esas horas la avenida que daba a la esquina del Sandy´s se encontraba poco concurrida. Una figura alta, y cubierta por un abrigo y un sombrero, esperaba pacientemente junto a la cabina telefónica fumándose un cigarrillo. La gente pasaba, no estaba sola la calle y por experiencia sabía que los gangsters no se arriesgarían una cita como aquella en plena calle. No, las calles abiertas no eran para los gangsters.
 Un automóvil negro se paró junto al teléfono y por un momento McCluskey pensó que saldrían dos ametralladoras por el vidrio y así sería su fin, pero en vez de eso, salió una mujer acompañada por un hombre.
 -¿Tú??- el detective muy sorprendido reconoce a Simon- ¿Qué quieren? ¿Van a matarme?-
 -Ian, soy yo. Tienes que escucharme- oyó mi voz y la reconoció.
 -Este hombre es un gangster, Scarlet ¿Qué haces tú con él??- no salía de su asombro.
 Simon procedió a requisarlo mientras yo me limitaba a vigilarlo.
 -Entonces, sí estás involucrada en esto- dijo decepcionado- Siempre lo estuviste, y sí sabías de los asesinatos, sabías que Joe El Sucio y John Guetto eran más que clientes del Break O´Dawn, sabes quién es Antonio-
 Yo bajé la cabeza, estaba nombrando todos mis pecados.
 -Y ¿Sabes también quién es el asesino sin rostro?- preguntó fríamente y mi corazón dio un vuelco, y Simon me miró, porque eso yo también lo sabía pero me aterraba que el detective lo sospechara.
 -Escucha McCluskey, no te adelantes a las cosas- intervino Simon rescatándome de tan terrible pregunta.
 -¿Ves mis golpes en la cara, Ian?- me acerqué a la luz de la cabina de teléfono, la noche se hacía más silenciosa, o tal vez era que para nosotros los alrededores dejaban de existir- Antonio trató de matarme. Dime algo, Ian ¿Eres honesto o eres otro perro faldero de ellos?-
 -No soy ningún perro faldero de la mafia. Eres tú quien tiene que explicar muchas cosas- y sus ojos azules apenas se veían bajo aquel sombrero.
 -No puedo, y lo único que tengo que decir es que estamos luchando contra la mafia. Arriesgando nuestras vidas por quebrantar la Omerta-
 -Sí, si los Santino se enteran de esto…- la voz de Simon denotó su angustia- cocinarán mi cabeza en una sopa. Y la de ella-
 -Dime si eres el hombre que pareces ¿Me ayudarás?- le reproché.
 -Pero… no sé de qué me están hablando- McCluskey parecía honestamente perplejo. Él, seguramente, no sabía qué era la Omerta. Había que hablarle con astucia, y eso no era nada fácil.
 El viento se hacía cada vez más frío y yo comencé a temblar, pero no sabía si era exactamente por el viento.
 -Necesitamos que nos ayudes. Ya sabes que trabajo para Frank, y trabajé para los Gilardino, tengo evidencias- Simon fue directo y sin titubear- Y esta misma noche puede pasar algo. Es posible que venga otra sangrienta guerra en los bajos mundos ¿Quieres eso?-
 -No- soltó –Pero ¿Cómo puedo confiar en ustedes? Y tú, Scarlet ¿Heriste a Antonio entonces? ¿Qué pasó? Los periódicos dicen atrocidades-
 -Me quería matar porque no dejé que me sedujera ni me convirtiera en una de sus amantes –yo traba de mantener firme mi voz -Fue terrible, tuve que defenderme como fuera. Humillado, ahora Antonio quiere destruirme-
 -Y es muy probable que sus dos hijos estén encargados de ese trabajo- aseguraba Simon- Son tan mafioso como él, y le hacen los trabajos sucios-
 McCluskey necesitaba asimilar todo aquello. A ambos los miraba incrédulo, pero tampoco encontraba razones para no creer en lo que decían.
 -Entonces, estás diciéndome que me puedes dar evidencias. Vas a traicionar a Frank- Ian no le quitaba los ojos de encima a Simon- ¿Por qué?-
 -¿No crees que estamos luchando contra ellos?- lo retó Simon.
 -Si no los detenemos, me van a matar ¿No es ésa razón suficiente?- le espeté indignada.
 Él se quedó callado, inexpresivo.
 -Usted tiene que mantenernos a nosotros fuera de esto, no hablar con nadie, es la condición. Si habla no solamente estamos perdidos nosotros sino que usted también- amenazó Simon- le conviene cumplirnos. Mañana lo contactaremos otra vez para saber una respuesta. Ya sabe, tengo evidencias-
 -Ten cuidado, Ian. Y no creas nada de lo que te diga esa gente- le supliqué.
  El carro nos esperaba ahí mismo donde nos dejó. Dejamos a McCluskey parado junto a la cabina telefónica sin más ni más.
 Y él sólo tenía que regresar a su solitario apartamento a pensar y analizar la propuesta y todo en lo que estaba metido. Pero apenas llegó allá encontró un sombrero blanco clavado en la pared por un enorme cuchillo. Del sombrero colgaba una nota que rezaba:
 “Cuidado con hablar, McCluskey. Te conviene ser discreto y confiar en nosotros”
 Estaba entre la espada y la pared, la verdad ya no sabía en qué estaba metido.

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 Cuando Frank Santino vio a Antonio esa noche, se le heló la sangre; el jefe de la mafia, dueño de casi todo Chicago, estaba ahí sentado frente a él vencido. Porque con todo el poder que tenía no pudo evitar que llegara alguien- que él creía era el mismo que mató a su hermano- y le sacara un ojo así tan fácilmente. Pudieron muy bien matarlo. Esos dos hombres que trabajaban para Scarlet pagaron ya por el crimen, pero él sospechaba que eran inocentes. Oh, sí, aquellos cuentos le olían a mentira. Nadie estaba a salvo ahora.
 En serio que Frank se preguntaba ahora qué rayos iban a hacer.
 -Entonces…esa cantante ¿Quién lo hubiera sospechado?- dijo con un dejo de ironía. Y a ver cómo seguían mintiendo los Gilardino ahora.
 A esas horas de un Lunes ya el casino estaba cerrado, solo quedaban algunos mesoneros atendiendo la importante reunión; la mesa donde se habían reunido era apenas iluminada por un candelabro de techo que destellaba por sus diamantes. Frank no podía evitar sentirse intimidado por todo, estaban allí todos los capos: Antonio, Annie, Rocco, Vincenzo, El Martillo y los guardaespaldas de cada uno. Los pobres mesoneros que tuvieron que quedarse a atender aquellos jefes estaban que temblaban.
 Frank solo pudo entrar solo al casino, su matón y mano derecha, Ricky Castellano, permanecía afuera fuertemente guardiado. Un sudor frío ahora recorría su frente, aunque no era la primera vez que se reunía con los Gilardino, pues desde hacía un tiempo se hacía pasar por asociado de la familia, a pesar de las rencillas pasadas.
 Y no podía dejar de mirar a Annie, quien esa noche cumplía como la leal esposa de Antonio, pero que ya antes había flirteado con él. Si no fuera la esposa de Antonio, él ya se hubiera aprovechado de la situación. No dejaba de hacerle gestos, pero ahora Antonio tenía un solo ojo, veía menos que antes las infidelidades de su esposa.
 -Es tan solo un ejemplo de por dónde vienen las traiciones- habló Rocco, el hijo mayor- Sorprendente ¿Verdad?- y el tono irritó a Frank, porque se refería a la traición de Lafcadio con lo del “Club 30´s” –Pero a esa ladrona solo le quedan horas de vida- agregó con orgullo, muy seguro de que cumpliría con aquella tarea tan fácil. Si Scarlet no era atrapada en un día, la reputación de los Gilardino disminuiría.
 -Lamentamos lo de tu padre, Frank- Annie habló con más tacto, y a la vez entrando ya en el tema.
 Frank se encogió de hombros.
 -Entendemos la situación de la familia ahora- habló Antonio con una voz ronca y enferma.
 -Sí, ahora yo soy el Don- atajó Frank con orgullo.
 -Bueno, eso lo serías si tuvieras el control de todas las empresas y negocios de la familia- gruño Antonio.
 -Y lo tengo, por herencia ¿Qué te hace dudar que no lo tengo?-
 -Ah es que, que yo sepa, muchos de tus asociados quieren vendernos ya ¿No es así Vincenzo?-
 -¿Qué?- Frank no pudo disimular su alteración y por dentro se estaba poniendo muy frío.
 -Que los socios de tu padre nos están vendiendo sus negocios y acciones y algunos quieren pasarse a nuestro lado- cantó Antonio felizmente con su horrible voz- porque creen que al morir el Don lo pueden perder todo y quieren nuestro respaldo. Nosotros podemos pagarles mucho y respaldarlos en todo si se nos unen-
 -Y apenas ha pasado un día desde el deceso del viejo Santino- agrega  Vincenzo, el más callado.
 Frank estaba lívido, literalmente lo rodeaba una manada de lobos. Antonio le hizo una mueca.
 -Yo conseguiré otros socios. No crean que todo se vendrá abajo por eso- Frank no se dejaba intimidar. Los mesoneros sirvieron más bebida y demás delicatesses.
 -No te ciegues, Frank. Mira, seremos generosos- Annie encendía su cigarrillo, fino y perfumado.
 -Queremos el Flamingo- continuó Antonio que no se andaba con rodeos- Te podemos pagar lo que vale y mucho más-
 -Los burdeles de la zona este, todos- agregó Annie implacable- El control del sindicato de trabajadores…-
 -Todos mis negocios, o sea los de la familia… - Frank les ahorró el trabajo de seguir con aquello-  en pocas palabras-
 Hubo un gran silencio en la mesa, las miradas eran todas graves y sombrías, excepto la del Martillo, que estaba muy relajado mirando a Frank como si fuera una presa.
 -No tienes muchas opciones y lo sabes- Antonio bufó fastidiado ya- Casi todos los tuyos se están pasando a nuestro lado, tú mismo fuiste mi socio para tener mi ayuda- le alzó una ceja y Frank se retorció de rabia- Te conviene acceder-
 -Y volverme un lacayo más de ustedes- finalmente Frank dio con el punto, así de sencillo. Aunque la rabia lo carcomía y la mente la tenía nublada, se estaba controlando. Estudió todo el lugar, paseando sus verdes ojos por el salón en penumbras, y notó el grupo de mesoneros que había llegado. Entonces recobró la confianza en sí mismo y sonriendo plenamente se paró de la mesa y acomodó su chaqueta –Antonio, Annie… que poco me conocen-
 Les guiñó un ojo a todos y se dispuso a irse de la reunión.
 Todos se quedaron atontados excepto El Martillo, quien muy desconfiadamente volteó hacia los mesoneros. La tranquilidad desapareció de su rostro y unas arrugas deformaron sus horrendas facciones:
 -Traición- musitó sin voz, luego se recuperó- ¡Traición!!-
Los mesoneros que había visto Frank no eran mesoneros, eran hombres de su clan que se habían colado en el casino.
 La balacera comenzó al instante, pero igualmente los guardaespaldas contraatacaron y los otros hombres de Gilardino camuflados de mesoneros abrieron fuego también. Los hombres de Frank fueron abatidos sin mucho esfuerzo, pero su plan funcionó, porque Frank escapó. Solo Vincenzo y tres de los guardaespaldas resultaron heridos.
 La guerra había comenzado.

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 McCluskey no pudo dormir en toda la noche, al amanecer ya había decidido aceptar el trato con Simon Pileo. Pero la mañana se presentó caótica, pues a las cinco de la mañana sonó el teléfono: el departamento de policía se encontraba en apuros. Tal como se lo habían dicho Simon y Scarlet, hubo una reunión en el Break o´Dawn, y terminó con un atentado contra la familia Gilardino, allí en su propio casino. Ninguno resultó muerto- cosa que lamentaron mucho McCluskey y Thompson- pero sí murieron otros. La decisión de McCluskey vino como anillo al dedo, ahora Frank cargaba sobre sus hombros otro crimen más.
 El detective se preguntaba ahora si alcanzaría a atrapar a Frank vivo antes de que Antonio le pusiera las manos encima.
 Pero peor fue su sorpresa cuando, ya saliendo de su apartamento, se encuentra otro sombrero clavado en la pared, esta vez negro, que sostenía otro mensaje:
 “Esta noche a las ocho, junto a la tumba de Ralph Pettersen, Queen of Heaven”
 Ya no había vuelta atrás, y ahora no podría dormir más sabiendo que había alguien que entraba y salía de su apartamento como un fantasma.

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