viernes, 27 de mayo de 2011

Capítulo XXIII Final




 Estaba dispuesta a morir, no le tenía miedo a la cruel y fría arma que estaba apuntando.


 En una semana había sido todo lo feliz que nunca fui en veintiocho años, y además fui más feliz que cualquier mujer sobre la Tierra.


 Volteé a ver a Michael y lo que había en su rostro era resignación y tranquilidad.


 Por un momento me miró y sonrió agradecido, agradecido por esa semana juntos que yo le había dado.

 Pero ahora nos habían atrapado, y había sido un camino largo de venganzas, sembrado de muerte; ahora el cansancio era lo que albergaba nuestras almas. Había llegado el final y ambos agradecíamos a la vida por el amor que habíamos conocido juntos.

 No veíamos a nadie más en aquella gélida calle sino al hombre que nos apuntaba con un arma, parado ahí firme a pocos metros de nosotros. Y Michael, Michael permanecía callado, adolorido del brazo inútil, muy cansado y derrotado.

 McCluskey nos apuntó, a los dos, uno tras otro directo a la cabeza y dispararía en cualquier momento.

 Silencio. Las sirenas se habían ido, la policía se llevaba gente presa y seguramente nuestros amigos habían muerto en la guerra contra los Gilardino en el Break O´Dawn… ya no nos quedaba nada, Michael y yo no teníamos nada que hacer allí; la calleja donde nos atraparon seguía vacía y el coche patrulla, con otro hombre adentro, sería el único testigo de nuestra ejecución.

 De repente, el detective titubeó, y ante mis ojos incrédulos bajó el arma y suspiró.

 Ni Michael ni yo nos movimos, y no dábamos crédito a nuestros ojos… ¡Él había bajado el arma!

 -Yo no he visto nada- dijo al fin McCluskey y la cegadora luz del coche patrulla se apagó dejándonos en las sombras.

 -¿Qué?- yo pensaba que aquello era un juego.

 -Ya me oyeron. Yo no he visto nada aquí, no los conozco, nunca he visto a ninguno de los dos, sólo a Scarlet como artista, pero más nada. Tampoco sé nada sobre un sobreviviente de la masacre del “Club 30s”, mucho menos de un asesino sin rostro- el detective sacó un cigarrillo y lo encendió tranquilamente- Los mafiosos se mataron unos a otros. La misma historia de siempre-

 -Ian…- yo no podía creerlo. Era cómplice de la banda y no sólo eso, McCluskey perdonaba a Michael ¿Por qué? No lo sabía, y no preguntaría –Gracias…-

 -Sólo váyanse de aquí, por allá atrás, lejos- terminó con un guiño.

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 El teniente Thompson salió de la patrulla al ver eso, y después de que McCluskey dejara ir a la pareja, observando cómo se marchaba ésta y se perdía en la oscuridad del callejón, éste da la media vuelta y regresa al coche como si nada.


 -¿Qué pasó, capitán? Dejó ir a esos dos- preguntaba Thompson confundido -¿Está loco?-


 -¿Esos dos turistas? Nos equivocamos, Thompson, todo es como sospechábamos. Entre estos Gilardino y Santino, y los Ferrero o qué se yo, se jodieron ellos mismos y esos dos incautos turistas andaban paseándose por ahí como si Chicago fuera un paraíso- meneó la cabeza y se metió al coche- ¡Vámonos! ¡Los verdaderos criminales están allá en el hotel!-



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 No supimos de Simon por un largo rato, pero sí supimos que nadie tuvo que intervenir en el allanamiento. Nosotros sólo llevamos a la policía allá y les dimos las evidencias en bandeja de plata, de resto todo ocurrió por sus propios motivos.

 El enfrentamiento entre la policía y el imperio Gilardino fue devastadora y dejó varios muertos. De esta sangrienta guerra sólo nosotros quedamos en pie.

 Y ahora ¿Qué pasaría?

 El imperio del crimen se había quedado sin capo, el más poderoso de los sobrevivientes tomaría el control y si tenía la habilidad suficiente para hacerlo, éste se convertiría en el nuevo capo di tutti capi.

 Y yo creo que sabía quién sería.

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 Pasamos dos semanas en nuestro refugio del 3-C, ocultos y con poco contacto con la banda. El Domingo siguiente nos iríamos a Minnesota, a una cita privada e íntima en la capilla Saint Michael…

 Los tiempos eran ahora muy distintos, porque ahora éramos plenamente felices.

 Otra cosa había ocurrido en esas dos semanas: Michael había heredado el “Club 30s”, ahora era el legítimo dueño del local, y todo gracias a la ayuda de McCluskey, quien había recuperado los papeles originales, quien había deslegitimizado los títulos de los Santino sobre éste y así el título de propiedad pudo llegar a su legítimo heredero.

 Así que ahora Michael y yo teníamos un nuevo trabajo, re-abrir y poner a funcionar el club donde desarrollaríamos y explotaríamos ambos nuestras habilidades artísticas.

 Nuestra vida no podía ser más feliz

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 Una noche en el “Club 30s”, pocos días antes de la boda, Simon y Odette llegaron en una gran limosina.

 Hacía días que no sabía de ellos, porque después del asesinato de Antonio debíamos permanecer ocultos y separados por unos días… todo mientras las cosas se calmaran.

 -Miren todo esto- Simon paseó los ojos por todo el local apenas entró –Está agarrando vida rápido-

 Michael y yo los recibimos con orgullo, limpiábamos el lugar y buscábamos personal con mucho cuidado.

 -Odette- saludé a mi amiga y ella me llevó a un lado del bar:

 -¿No es todo esto maravilloso?- exclamó.

 -Sí, lo sé ¡Lo es!- no sabía si mi felicidad era obvia.

 -El club de ustedes al fin, Michael recuperó lo que le arrebataron y tú el lugar que era de tu madre-

 -A veces quisiera llorar pero de felicidad- me emocioné pero luego quise saber –Y dime ¿Cómo van ustedes?- pues esa limosina era hermosa.

 -Simon ha tomado el control de todos los negocios de Antonio, los hemos comprado- ella se había puesto muy colorada porque sabía que mi pregunta no se refería eso.

 -Tenía mis sospechas, pero no estaba segura si Simon iba a seguir-

 -Sí, va a seguir. Pero tenemos mucho que sacrificar, Scarlet, o tal vez debería llamarte Adela Pileo futura Adela Jackson-

 -Scarlet- aclaré –Sólo sigue llamándome Scarlet. Entonces tú y Simon…-

 -Nos amamos- ella sonrió plenamente y yo también –Pero él quiere protegerme, así que por ahora nuestra relación no debe ser divulgada… ya sabes-

 -Sí, entiendo, Michael y yo todavía pasamos por eso. Nuestro mundo es el de las sombras…pero aquí es que somos felices ¿No?- la consolaba y ella me sonrió asintiendo.

 -Completamente. Ahora vivimos juntos en el “The Brick” y tenemos un perrito- me dijo en voz baja

 -¡Odette! ¡Que bien! Nos alegramos por ustedes. Y no se preocupen si no pueden casarse todavía, Michael y yo tuvimos que esperar aunque ya falte poco. Es por nuestro bien actuar con cautela- se me cortaron las palabras por la emoción y ella me tomó de la mano:

 -¿Estás nerviosa?-

 -Estoy feliz- yo casi grito.

 -Michael está muy ligado a Simon ¿Sabes?- me comentaba Odette- Él lo necesita para mantener las cosas bajo control-

 Ella y yo miramos a nuestros hombres que charlaban recorriendo todo el local, Michael estaba radiante, alegre y extrovertido.

 -Lo sé, él seguirá siendo un asesino, ya me lo dijo- suspiré, pero no estaba triste por eso –Es la vida que conocemos, ¿Entiendes? Nuestra vida, Odette, él y yo hemos salido y nos hemos dado cuenta que no pertenecemos al mundo. Además, todo será muy distinto con Simon al mando. Michael me dijo que sólo hará justicia-

 -Así es. Yo también estoy segura que Simon también trabajará para hacer justicia y no para hacer que todo el negocio sea corrupción. Ahora ellos nos tienen a nosotras, nosotras los salvamos-

 Yo asentí sonriendo plenamente pues Odette tenía toda la razón con aquella última frase.

 Odette y yo nos abrazamos y por la emoción casi que se nos salen las lágrimas. Nuestros hombres se dieron cuenta y se acercaron.

 -¿Qué cosa tan buen estará pasando aquí?- dijo Michael con su misma sonrisa tímida de siempre, pero ahora como un hombre muy seguro de sí mismo y muy dichoso.

 -Todo será muy diferente- dijo Simon abrazando a Odette –Eso le decía a Michael, quien será nuestra mano derecha ¿No?-

 -Así es- Michael hizo un gesto muy galante con el sombrero.

 -Michael me contó sobre su visita nocturna al señor detective- me comentó Simon.

 Como bien decía, Michael una de estas noches se le apareció en el apartamento a McCluskey- sorprendiéndolo y asustándolo también- armado y muy serio. La visita fue para tener muy en claro el pacto, el de ayudarnos mutuamente.

 -En pacto es seguro- le dije a Simon –Ian es un buen hombre y muy leal. Se que es un hombre de palabra.

 Los cuatro esa noche en el “Club 30s” celebramos con renovadas esperanzas. Nuestros amigos Rupert y Mary, Roberto y Antonietta se casaron, muy discretamente como era en nuestro mundo, y Michael y yo lo haríamos pronto. Bebimos fino vino y escuchamos la vieja rocola del club hasta la madrugada, hablando y haciendo planes, afianzando nuestro futuro. Fue como volver al pasado y yo casi veía a mi madre allá sobre la tarima, junto al viejo piano y Michael a su familia alegremente merodeando por  todo el local.

 El “Club 30s” con nosotros allí, él y yo de nuevo en el lugar que era de nuestros padres, reviviéndolo, hacía que los que faltaban volvieran a la vida en un hermoso homenaje.

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 Cuando el tiempo fue preciso, justo el Domingo después a aquel encuentro en el viejo club, una pequeña y secreta ceremonia se celebraba en la capilla Saint Michael, en Minnesota, donde un grupo de citadinos de Chicago celebraba con mucha alegría una tierna boda.

 Una joven de elegante vestido blanco y un caballero de descendencia Afroamericana vestido de fino traje negro se casaban, y el cura nunca había visto pareja más inusual, pero se notaba a leguas que era una pareja feliz y con un futuro seguro, rodeada de amigos y con un lindo hijo adoptivo llamado “Pipy” que era, de hecho, el portador de los anillos de matrimonio, muy dorados y finos. La pareja, aquella familia y amigos tan disfuncional- que por alguna razón recordaban un poco a los famosos gangsters que habían hecho estragos hacía poco en Chicago- enseñaban una lección a todos, veía aquel cura, desafiaba todos los prejuicios de la sociedad sin importarles nada porque solo el amor y la amistad valían la pena.

 Así que ese día se sintió muy dichoso de casar y celebrar aquella ceremonia.


viernes, 13 de mayo de 2011

Capítulo XXII

 La noche del Viernes era la más concurrida en el casino, aunque en estos tiempos, y sin su rutilante estrella, ya no era lo mismo. Y teníamos confirmado que Antonio estaba allí, que se la pasaba metido en su guarida urdiendo planes y trampas que le salvaran el cuello.

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 El viejo capo no sentía nada por la muerte de su esposa, pero sí le preocupaba quién lo había hecho. Eso lo tenía acorralado y temeroso, vigilando con su único ojo sano cada rincón de sombras en la habitación.
 Porque esta vez no fue la policía, no, no fue la policía. Nunca fue la policía, de hecho. Y ahora estaban cayendo todos como fichas de dominó.
 Y ¿En verdad habían sido los Santino quienes asesinaron a Rocco? No lo sabía, el miedo se quería apoderar de su robusto cuerpo aunque se resistiera, y allí estaba él solo y acechado por sombras y fantasmas.
 Sentía agitación en el ambiente y no sabía por qué, tal vez eran sus demonios que estaban allí para cobrárselas. Sí, el Diablo al fin estaba cobrándose las cuentas ¿O tal vez era Dios? De repente le dio por recordar el rostro de todas aquellas personas inocentes a quien les había quitado todo, incluso la vida, y ahora sentía que todas esas personas estaban allí en su oficina esa noche. Estaban allí, sí, Antonio se estaba volviendo loco.
 El timbre del teléfono rompió el embrujado silencio de la lúgubre oficina. El capo de la mafia contestó malhumorado y las pocas palabras que salieron del auricular bastaron para hacer que al hombre se le erizaran los pelos de la nuca: “Están allanando el Break O´Dawn, jefe”.
 Tiró el teléfono al suelo, la policía no podía hacer aquello ¿Cómo se atrevían? no tenían evidencias ¿O sí las tenían? Su impenetrable imperio estaba siendo burlado.
 Acto seguido se paró del escritorio un poco fuera de sí, todavía sentía la presencia de todos aquellos fantasmas y estaba solo; sí, Antonio, el capo di tutti capi, estaba ahora solo, porque lo que era falso y mal adquirido no duraba mucho, y menos cuando los malos momentos se presentaban.
 Asustado corrió a la puerta, había agitación afuera, lo sabía, abrió la puerta y… lo que se encontró fue a sus dos guardaespaldas muertos en el piso.
 -¿Qué rayos??- el capo simplemente no podía entender, puesto que no había escuchado ni un solo disparo en ningún momento. Aquello debía ser una pesadilla, un delirio, nada más.
 -¿Me recuerdas?- pero una voz femenina le recordó que ésa era su realidad. El corazón le dio un vuelco, miró hacia todos lados como un tonto y no vio nada, pero fue en eso que de ambos lados de la puerta se aparecieron dos figuras que le apuntaban con pistolas. Antonio estaba aturdido y desfallecido de la sorpresa, pero eso no le impidió distinguir que ambas pistolas estaban cargadas con silenciadores y que la voz femenina le pertenecía a Scarlet Jones. No solo eso, su acompañante era el negro, aquel condenado novio negro que ya le habían mencionado antes.
 -Scarlet...- balbuceó con desprecio, un desprecio único de un hombre orgulloso herido hasta la médula que se encontraba ahora indefenso y humillado.
 -No exactamente, Antonio. Sí, Scarlet Jones es mi apodo, pero en realidad soy alguien más ¿Te acuerdas verdaderamente de mí?- me burlé con todo el odio contenido por muchos años – Soy la hija de La Voz de la Noche ¿Te acuerdas, querido Antonio?-
 Aquello no se lo esperaba el hombre, pálido y frío se tambaleó sobre sus piernas. Antonio Gilardino al fin supo por qué Scarlet Jones le recordaba a alguien más, y quién era ese alguien mas.
 -Sí, el “Club 30´s”- ahora hablaba Michael -Y ¿Te acuerdas de mí también?-
 Y el hombre vio a Michael con el rostro lívido y sudoroso.
 -Sí, los Jackson de Georgia- le recordó, porque Michael sospechaba que Antonio nunca supo que él había sobrevivido a la masacre del “Club 30´s”.
 -Esto… no puede ser...- balbuceaba como un tonto, primero negándose a aceptar nada, herido en su orgullo, pero luego aferrándose a su poder otra vez –No se salvarán, se los juro. Yo soy el capo, nadie se salva-
 -Oh, ya no lo eres- me burlé yo y mi pistola apuntaba directo a su cabeza con una precisión de acero.
 -Ya todos la han pagado, Antonio, sólo me faltas tú- sentenció Michael cantarinamente.
 -Y esto va por mi madre también- agregué yo.
 El terror que padeció Antonio en esos minutos de amenaza fue tal vez peor que el de todas sus víctimas, porque estaba acompañado por el remordimiento y estimulado por el odio y la venganza.
 Y nuestro tiempo era muy corto.
 Michael y yo disparamos silenciosamente y al mismo tiempo, sin darle ningún chance ni escapatoria, y Antonio calló sin vida sobre su silla y luego, con estrépito, tras el lujoso escritorio.
 Silencio.
 -¿Estás bien?- me preguntó él. Tenía su brazo enfermo vendado e inmóvil bajo el blazer y su arma colgaba de su mano derecha a un costado. Cansados y tristes los dos no sentimos ningún gusto por lo ocurrido.
 -Estoy bien- musité con unas lágrimas empañando mis ojos- Eso creo-
 -Bien, tienes que volver a cargar el arma, vamos, no hay tiempo- Michael  proseguía como si me estuviera dando clases. Él también cargó su pistola, con dificultad debido a su brazo inútil –Todo acabó ya, Scarlet, ahora nosotros tenemos que preocuparnos en salir de aquí antes de que nos atrapen- y en ese momento escuchamos una balacera procedente del hotel que nos puso los pelos de punta.
 -¡Espero que Simon esté bien!- exclamé pensando por dónde podríamos escapar Michael y yo.
 Afortunadamente, yo me conocía todo el hotel y además teníamos el propósito de hacernos pasar por turistas fácilmente, yo vestía con un traje común y corriente y Michael, por su lado, un traje negro, y sin contar que mi cabello seguía teñido de negro y esperaba que nadie me reconociera.



 -Simon y los muchachos deben estar afuera respaldando el allanamiento, por eso la balacera, tal como suponíamos- decía él agitadamente, me tomó del brazo y juntos salimos de la oficina –No sé qué puede estarnos esperando afuera, Scarlet, pero nosotros no podemos meternos en eso. Nos matarán-
 Había gente y alarma por todo el hotel y yo fui bastante ingenua al creer que nadie me reconocería y que pasaríamos desapercibidos: éramos más que sospechosos y los empleados del hotel volteaban a mirarme con duda.
 Llevé a Michael hacia la parte de atrás para salir por el área de mantenimiento, pero ya la guardia y los hombres de Antonio comenzaban a seguirnos.
 Estaba muy asustada ya, hacía rato que había perdido la seguridad.
 Nos apuramos por los pasillos cuando ya sentíamos la algarabía atrás de nosotros. Pero gracias a que yo me conocía cada rincón nos podíamos escabullir de todo.
 Llegamos hasta los vestuarios para los saunas, a es hora de la noche cerrados, y allí esperamos un rato. Nada.
 -Creo que ya podemos salir. No te separes de mí, solo finge que nada es con nosotros- me decía Michael en susurros.
 Salimos al fin por el estacionamiento y vimos que la policía había acordonado todo, lo que dificultaba cualquier posibilidad de salir del edificio. Había muertos sin duda, además de los tres que dejamos en la oficina, y cualquier sospechoso que pasara por allí era detenido.
 -¿Dónde estarán Simon, Rupert y Tony?- mi angustia me hacía sollozar –Se supone que nos esperaría un coche por aquí cerca, y allí los pueden atrapar-
 Corrimos por la calle agitada, evadiendo el cordón policial, como si nada fuera con nosotros y llegamos hasta donde una vez Michael tuvo un altercado con la pandilla de Luis Romanos. Entonces allí un carro frenó bruscamente y una brillante luz nos cegó, no supimos más nada.
 -Bajen sus armas- nos ordenó una voz. La conocía.
 -Ian, no dispares, soy yo- aún no me había dado cuenta de la situación, solo hablé con él creyendo que con eso nuestros problemas acabarían.
 -Scarlet- McCluskey se dejó ver, estaba frente al coche detenido y nosotros en la acera. Yo no me asusté al momento porque nosotros teníamos un pacto con él, pero enseguida me acordé que Michael no. Recordé que Michael no debía ser descubierto, que era el asesino que buscaba la policía, y que de hecho era el asesino sin rostro que buscaba McCluskey desde el comienzo. Caí en cuenta de eso y un frío punzante se apoderó de mí, la situación se volvió en contra de nosotros –Scarlet, apártate de este criminal- me ordenó.
 -Ian ¿Qué dices? Espera… él no- balbuceé incapaz de pensar, él no sabía nada de los nuestro con Antonio tampoco, había demasiado que explicar en un momento muy comprometedor –Escucha…-
 -Ya los eliminamos a todos, pero aún falta uno- dijo con severidad- Bajen sus armas ahora-
 -Por favor… escucha… tu no entiendes- miré a Michael desesperada y lo encontré resignado, atrapado –Mike, explícale-
 -Este hombre tiene todo un historial de crímenes, Scarlet, apártate de él, es uno de ellos-
 -¡No, no lo es!- le dije. La fría pistola de McCluskey apuntaba a Michael implacablemente. Había jurado darle caza al asesino sin rostro.

 -Baja tu pistola, muchacho. No tienes ya escapatoria- sentenciaba el detective- Eres el hombre que buscaba-
 -No, él sólo quería vengar a su familia- yo le explicaba inútilmente sin saber por dónde empezar –Michael nos ha ayudado a todos eliminando a los Santino y a los Gilardino…-
 -¡Apártate Scarlet! ¡No quiero herirte!- exclamó McCluskey ante mi desesperación, con aquella arma firme y amenazante contra nosotros –¡Este criminal no se me escapa!-
 -Por favor… Ian, no mates a Michael ¡No lo mates!- rogaba inútilmente porque el cañón despiadado apuntaba firme y sin vuelta atrás, McCluskey dispararía. Entonces, temblorosa, me interpuse entre ellos dos.
 Fue cuando Michael habló con voz tensa:
 -No te atrevas a herir a Scarlet, tu problema es conmigo, y yo no me arrepiento de nada de lo que hice. No maté a nadie inocente, al contrario…- y le dirigió una mueca burlona al detective- Yo hice la justicia que ustedes no hicieron para con las víctimas de la masacre del “Club 30´s”, hace diecisiete años-
 Aquellas palabras causaron un gran efecto en el detective, y, a pesar de que temblaba, pude ver el impacto en el rostro de McCluskey.
 -¿El “Club 30´s”?- hablaba para sí mismo el detective –Tú… ¿Aquel niño?- deliraba pero no bajaba el arma –No puede ser-
 Michael y yo permanecimos indefensos ante él y la policía, con aquel faro de luz brillante contra nosotros, los dos a merced de McCluskey.
 -Entonces sí sabes de eso, te acuerdas- musitaba Michael mirando al hombre fijamente –Pues resulta que yo sobreviví, para hacer justicia-
 El arma del detective tembló, lo vi, pero no podía adivinar de cómo actuaría, si mataría a Michael y tampoco si me mataría a mí.
 -Tendrás que matarme a mi primero- me interpuse al fin, y no me apartaría de Michael.


martes, 26 de abril de 2011

Capítulo XXI

 Yo pasé toda la noche llorando a pesar de todo, porque no podía olvidar la manera en que Rocco trató a Michael, pude ver con mis propios ojos lo que él tanto me había contado. Su sufrimiento fue mucho y tal vez yo no llegaría a saber cuánto. Era doloroso.

 Y no importaba saber que la herida nunca fue grave, el solo hecho de que Michael estuvo cerca de la muerte bastó para yo me derrumbara. Otra cicatriz más en su cuerpo, sin embargo no tan grave como la que marcaba su cabeza, aquella herida terrible que yo jamás vería.

 Dedicarme a él calmó mi dolor y esa mañana siguiente lo tuve que despertar temprano para darle las medicinas, y él enseguida notó que yo había llorado. No importaba cuántas horas hubieran pasado, él siempre se daba cuenta de cuándo había llorado.

 -¿Qué pasa, Scarlet?-

 -Si tu no vivieras, Mike, yo tampoco-

 Él reflexionó por un rato, estaba muy débil como para moverse todavía.

 -Yo tampoco viviría sin ti- su brazo izquierdo estaba ya inmovilizado, pero su mano derecha llegó hasta la mía. Sudorosa y fría.

 Michael durmió toda la mañana y a eso de las diez y treinta salgo al parqueadero y mi sorpresa fue encontrar el Ford Deluxe negro de Simon ya allí estacionado. Busque por las habitaciones a Odette y no me fue difícil encontrarla: afuera sentados en la orilla de la acera frente a la habitación estaban Odette y  Simon hablando como si hubieran estado allí toda la mañana.

 Sonreí de oreja a oreja y regresé silenciosamente a mi cuarto. Esperaría a que ellos me buscaran.

 Y no tardaron mucho en tocar la puerta, de hecho.

 -Hola Scarlet, somos nosotros- habló la voz de Simon, que venía con Luciano.

 Lo primero era hacerle el chequeo a Michael y cambiarle el vendaje del brazo.

 -¿Qué noticias hay?- preguntó el herido.

 -Pronto sabremos, mandé a un informante a la zona, quedamos en reunirnos aquí-

 Nos trajeron algo de comida y eso, no había radio en la habitación así que había que esperar a que ellos dos regresaran con las noticias.

 -¿Cómo está tu amiga?- Michael había logrado sentarse en la cama y comía un sandwitch.

 -Muy bien ¿Sabes? Mejor de lo que esperaba- no sabía si era muy apresurado, pero bueno, se lo dije- Me gusta la forma en que Simon y ella se han conectado-

 -¿Tú crees?- sonrió más animado.

 -Conozco a Simon, créeme, se conectaron. Nunca lo vi así antes-

 -Por eso lo noté contento esta mañana, no eran ideas mías- los dos sentíamos un aire fresco y renovado en la habitación.

 -No, no lo eran-

 Michael y yo nos reímos, todo lo de anoche quedaba ya atrás, y eso que aún no sabíamos las noticias del día. Llegarían pronto.

 -¡Scarlet, Michael!- nuevamente era Simon tocando la puerta, esta vez con apremio -¡Noticias!-

 Le abría la puerta y entró con un periódico en la mano, venía solo y nos miró a los dos con firmeza. Cerré la puerta enseguida.

 -McCluskey está imparable- soltó con una sonrisa –Eliminó a Frank Santino, anoche, a él, sus hombres, una masacre-

 Michael tomó el periódico con ansias y buscó la noticia. No solamente la masacre en la estación del tren, otras masacres habían ocurrido- por supuesto, incluido lo de Rocco Gilardino y su banda- a lo largo ya ancho de la ciudad. La Cosa Nostra estaba siendo exterminada.

 -¡Esto va bien, esto va muy bien. Los Santino están acabados, menos trabajo para nosotros!- decía Simon con optimismo.

 Michael parecía emocionado, como si viera al fin el final de un largo camino.

 -Solo falta él- dije yo sombríamente.

 -Y yo te aseguro, Scarlet, que los días de Antonio ahora sí están contados- la voz de Michael sonó mucho más gruesa al afirmar esto.

 -Pero primero debes recuperarte, Mike, y eso tomará tiempo-

 Michael rezongó como un muchacho, pero se notaba lo adolorido que estaba.

 -¿Cuándo nos vamos?- preguntó ansioso.

 -¿Te sientes lo suficientemente bien para eso, Mickey?- Simon parecía preocupado.

 -Ya oíste al doctor. Además, sólo es mi brazo, mis piernas están bien. Puedo hacer el esfuerzo. Vámonos a casa, Scarlet-


 La recuperación de Michael sería lenta, pero de vuelta al 3-C del “Vigilante” fue bueno para él, nos reencontramos con Pipy -nuestro pequeño amigo que de vez en cuando se aparecía en el apartamento, el niño huérfano y discapacitado que se estaba convirtiendo en nuestro hijo adoptivo- quien se alarmó mucho al ver el estado de Michael, pero pronto se le pasaría. Yo haría todo lo posible por aligerar la recuperación.

 Pero Michael no se quitaba de la cabeza la meta de terminar con Los Gilardino, con Antonio, porque así podríamos vivir en paz y casarnos.

 Pipy nos hizo compañía unos días, aunque era un espíritu libre y no se quedaba en hogares por mucho tiempo, así que el pequeño apartamento oculto adquirió mucha vida. Sabíamos que para un niño como él, casi sordo, le era difícil entender lo que le explicábamos que había pasado, y a mí me preocupaba muchísimo esa vida independiente que llevaba, pues solo tenía siete años y era casi discapacitado, pero Michael parecía no ver mucho el peligro, no le preocupaba que Pipy anduviera por las calles solo. Estaba acostumbrado, al igual que Pipy, a la dureza de las calles. Tal vez por eso.

 Una tarde después nos encontrábamos los dos en la sala y teníamos sobre la mesa una lista de iglesias de todo el país con sus respectivos números telefónicos. Una de ellas no presentaba problemas para nuestro matrimonio así que Michael andaba como loco, corría de un lado para otro y no paraba de hablar por teléfono. Ya habían pasado cuatro días en recuperación, pero aquello era muy poco tiempo, debía reposar pero no me hacía mucho caso.

 -Es el momento, los Gilardino han caído en la trampa, creyeron que lo que hicimos el Jueves pasado fue culpa de los Santino ¿Te das cuenta? Es el momento- me decía sin dejar de recorrer toda la sala.

 Estaba emocionado y yo también, pero no debía pasar por alto lo adolorido y débil que estaba para eso.

 -Mike, no debes esforzarte, solo han pasado cuatro días. Estás convaleciente todavía- insistía yo –Creo que debemos esperar un poco más-

 Él se sentó en el sillón como un niño regañado, no quise bajarle el ánimo de esa manera pero su salud era más importante.

 -Nos casaremos en la iglesia Saint Michael´s, amor, en Lake Ville ¿Te imaginas eso? Yo pensaba que tendríamos que tomar un avión e ir a otro país para eso- me dijo con ojos iluminados –No necesito este brazo para lo que tenemos que hacer si hay un buen plan-

 -Estás muy débil, no lo niegues-

 -Estoy bien, créeme- decía alegremente –ya hablé con Simon, no vamos a escatimar oportunidades, Scarlet. El golpe vendrá pronto, muy pronto-

 Yo no sabía qué pensar pero sin duda que ya había pasado demasiado tiempo esperando por esta venganza, yo también sentía la fortaleza de esa seguridad de poder terminarlo todo de una vez. Pronto, muy pronto, eso nos daba ánimos.

 Observé la ilusión en el rostro de Michael y también deseé que el golpe fuera mañana mismo.

 Suspiré y decidí dejar que las cosas siguieran el curso que debían tomar.

domingo, 24 de abril de 2011

Capitulo XX

 El Plymouth de Simon llegó cuando yo aún me aferraba al cuerpo sangrante de Michael, quien todavía seguía agonizante y tirado sobre la acera. Sabía que no estaba tan mal, no podía estarlo, puesto que estaba consciente y me había visto dispararle a Rocco, sin embargo la duda me desesperó por completo.


 Simon y Odette se bajaron del automóvil enseguida a ayudarme.

 -¿Scarlet?- Odette todavía no asimilaba las cosas, pero me reconoció allí en plena oscuridad. Pero yo no tenía cabeza para nada, solo lloraba allí aferrada a Michael.

 Mientras ella me abrazaba, Simon revisó al herido:

 -Cálmate, Scarlet. Michael estará bien- dijo al fin y aquellas palabras me calmaron el alma -¡Debemos irnos, pronto vendrá la policía!-

 El chofer del Plymouth , mientras, se asoma por la ventana con apremio:

 -¿Y dónde están Luisito y sus secuaces?-

 -Rayos, no lo sé ¡Tenemos que irnos, porque nos pueden disparar a todos aquí!- gritó Simon –Odette, ayuda a Scarlet, rápido- mientras, él levantaba a Michael del piso.

 Corrimos al carro con la amenaza de que Luisito podía andar por allí; yo no paraba de llorar y Michael, demacrado y a punto de perder el conocimiento, me miraba con ojos apagados, y no sabría decir si aquello era por la herida de la bala o porque me había visto convertirme en una asesina.

 Michael había recibido dos balas esa terrible noche.

 Odette me consolaba, muy confundida aún porque no sabía lo que pasaba, pero estaba infinitamente feliz de verme viva.

 Hubo un tiroteo, la calle estaba muy agitada, pero nosotros no debíamos detenernos sino seguir con el plan.

 -Michael, háblame- le rogaba por alguna señal de que su herida no era grave.

 -El balazo fue en el omoplato- Simon le había detenido el sangrado, tenía experiencia con aquellas heridas, mientras, yo le sujetaba las manos y Michael me las apretaba –No te preocupes, Scarlet-

 -¡Rápido, al hospital!- clamaba yo, no soportaba ver esa sangre cruel manchando todo su traje blanco.

 -Nosotros no podemos ir a hospitales, Scarlet- insistía Simon- Mucho menos por heridas de bala. Pero podemos curarlo nosotros mismos-

 Acto seguido le dijo al conductor que se dirigiera a un motel en las afueras.

 -¿Qué pasó con los demás? ¿No íbamos a reunirnos en la calle 43?- preguntó el conductor.

 -Es cierto, debemos ir. Michael ¿Cómo estás?- Simon puso la mano sobre su hombro desde el asiento del copiloto. Michael, Odette y yo íbamos en el asiento trasero y Michael se había recostado de mí.

 -Vamos, estoy…bien- habló Michael –Necesito saber qué pasó con Tony y Rupert, si mataron a Luisito. Necesito saberlo. Vamos-

 Lo abracé fuerte y el coche giró para proseguir con la misión.

 El diagnóstico de Simon me había tranquilizado, ahora mi mente se acoplaba un poco a la situación.

 -Odette, tú tienes que quedarte con nosotros- le dije a mi amiga para hacerla entender –Porque tu vida está en peligro. Los Gilardino son unos asesinos, iban a secuestrarte-

 Ella no dijo nada del miedo, seguimos por la avenida hasta que llegamos rápidamente a la calle 43, a esas horas no había nadie en las calles, y afortunadamente allá estaban Rupert y Tony.

 -Michael está herido- les dijo el chofer apenas llegamos- ¿Qué pasó con Luisito?-

 Tony y Rupert se asomaron por la ventana para ver al herido, Michael les pregunta:

 -¿Luisito?-

 -Muerto, Mickey- sonrió Rupert- Los abatimos, no fue tan difícil, los agarramos tal como planeamos-

 Michael se sintió complacido.

 -¡Debemos ir al motel!- apuré yo.

 -OK, muchachos, tienen que llamar a Luciano- urgió Simon- Nos vamos al motel “Sun” ya saben cuál es ¡Rápido, lleven a Luciano allá!-

 La pandilla acató la orden y el Plymouth arrancó rumbo a las afueras.

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 Un pequeño y modesto motel nos refugió esa noche para atender a Michael.

 Odette y yo tuvimos que meterlo a escondidas para que el encargado del motel no viera que traíamos a un herido. Simon por su lado alquiló la habitación frente al parqueadero y con acceso al coche pudimos hacerlo.

 Luciano, gracias a Dios, no tardó en llegar.

 Michael ya reposaba en la cama de la oscura y austera habitación mientras el médico lo revisaba.

 -Tienes suerte hombre- dijo Luciano –Ni siquiera tienes la bala, salió por la espalda-

 -¿Es grave? ¿Tomará mucho tiempo?- inquiría yo con el corazón encogido, no soportaba ver a Michael, que siempre fue mi protector, allí tirado tan débil.

 -Oh sí, tomará un tiempo para que el hueso sane. Hay que vendarle el hombro e inmovilizarlo- decía el hombre de 41 años que actuaba de médico de la banda- Y tienes suerte también que haya sido el brazo izquierdo, alguien allá arriba como que los está cuidando- y nos miró a los dos, pues se notaba que ya sabía nuestra historia. Seguramente Mary o Antonietta le habían hablado de nuestro amor,

 -Estarás bien, amor- lo consolaba con susurros, y Michael, ido y febril, me responde con una débil y apagada sonrisa.

 Luciano prescribió las medicinas que necesitaría y Tony fue a comprarlas enseguida. Ya pasaban las doce de la noche cuando Michael fue vendado.

 -Michael solo necesita de su Scarlet esta noche, chicos- dijo Simon al grupo reunido en el cuarto, insinuando que todos debían irse –Debe dormir tranquilo y, Mickey- se dirigió a éste- Tal vez mañana puedan regresar a casa-

 Michael sonrió ante la idea de regresar a nuestro refugio en el 3-C del “Vigilante” en South Haven. Lugar, por cierto, que la banda ya estaba estudiando para montar nuestro segundo cuartel allá, todos juntos en una misma zona.

 Simon y Odette salieron de la habitación y nosotros agradecimos mucho eso. Ya Michael no podía con la ansiedad, necesitaba hablar conmigo a solas.

 -Duerme, amor- le susurraba a pesar de eso.

 -No- me respondió con suavidad –Scarlet, quiero hablar contigo…mataste a Rocco… jamás hubiera deseado que fueras una asesina como yo- y apartó la mirada –Aunque no debo compararte conmigo, yo he matado a muchos más-

 Le limpié el rostro fatigado y febril con una toalla húmeda. Yo no podía sentir remordimientos.

 -No iba a permitir que te matara, Michael. No me importa ni lo lamento, lo hice para salvarte la vida porque me importa demasiado-

 Michael reflexionó y volvió a mí otra vez con otra actitud, el pesar parecía habérsele pasado cuando le dije eso, y ahora me sonreía con cierta complicidad.

 -Lo sé…puedo entenderte, es extraño, y no quisiera aceptarlo, porque matar es una carga que no deseaba para ti, pero ahora que lo dices, tienes razón. Tú me has salvado la vida otra vez, Scarlet. Sí, otra vez-

 Ahora, tranquilo pero completamente agotado, no quería hablar más.

 Por la ventana pude ver a Odette, que se paseaba más allá por el estacionamiento, y sentí la necesidad de hablar con ella, ahora que estaba en la misma situación en la que estuve yo. Michael dormitaba ya y lo dejé descansar, así que salí de la habitación para encontrarme con Odette.

 -Scarlet, en serio me cuesta creer todo esto- me dijo cuando me vio acercármele, estaba parada a luz de un farol- ¿Qué haces con una banda de mafiosos?-

 -Son amigos, aunque suene extraño, porque todo es extraño en nuestras vidas. Pero ellos me han protegido siempre, Odette, y me salvaron de Antonio Gilardino, el hombre que asesinó a mi madre, que quiso matarme a mí y que también asesinó a la familia de Michael- le dije así sin anestesia –Y que también mandó a asesinar a Clarissa y a Raúl-

 -¡Scarlet!- se horrorizó ella –Había escuchado rumores por todo el hotel, pero…-

 -Es el capo di tutti capi de Chicago- proseguí con los ojos aguados- Yo lo espiaba…quería vengarme, pero las cosas se me complicaron y ahora, cuando descubrió lo de Michael, me quiso matar-

 Y Odette miró hacía la habitación donde dormía Michael.

 -¿Él? y ¿Quién es?-

 -Es una larga historia- suspiré.

 -Creo que también escuché rumores en el casino de él y de ti, sí, Luisito, hablaba muy mal de tu amigo ¡Pero ya veo cuantas mentiras!- luego de una pausa me pregunta- ¿Y quién es ese Italiano moreno que me rescató?- me preguntó ella, y habrán sido ideas mías, pero noté un rubor en sus mejillas al pensar en Simon.

 -Un amigo que tengo desde que tenía 16. Es un buen hombre-

 -¿Mafioso?-

 -Sí, pero no de los de la Cosa Nostra. No somos malos, en serio- mi preocupación por Michael hacía que me importara poco hablar de la mafia así tan abiertamente.

 -Y tú… ¿Has sido siempre…?-

 -Creo que sí- respondí con honestidad a su pregunta de si yo había sido siempre una gangster, igual que ellos –Pero ¿Sabes qué, Odette? Soy feliz al fin-

 -Scarlet, me alegro mucho por ti!- exclamó con una alegría que no esperaba –Y dime, él y tú ¿Se casaron?- me preguntó refiriéndose a Michael.

 -Nos vamos a casar- sonreí momentáneamente a pesar de mis lágrimas, pero luego recordé un impedimento que se nos había presentado cuando me mudé al “Vigilante” y que aguaba nuestros planes–… no podemos casarnos por civil, ya sabrás por qué, y tampoco logramos encontrar iglesia que nos case pasando por encima que no es legal nuestra unión por ser interracial, Odette. Y Michael quiere casarse dignamente, se enojó mucho al saber eso. Él hubiera deseado hacerlo todo como Dios manda, no exactamente como lo estamos haciendo, pero no nos dan otras opciones-

 -Me lo imaginaba, querida, ustedes deberán luchar contra muchos prejuicios. Éste es un mundo muy injusto, amiga- Odette me tomó de las manos para darme ánimos –Van a tener que luchar mucho para estar juntos-

 Permanecí en silencio un poco acongojada.

 -Michael no quiere tener que pagarle a alguien para que nos case, pero pareciera la única opción que tenemos. Son las reglas de nuestro mundo, supongo-

 -Es triste, porque ustedes se merecen una boda digna, mucho más que muchos que se casan por civil e iglesia legalmente- lamentó Odette con aquel tono maternal que a veces adoptaba conmigo, y eso que ella era solamente dos años mayor que yo- El mundo es injusto, sí, pero creo que eso no empañará su felicidad-

 -No, no lo hará- sonreí plenamente otra vez –De hecho, no lo hace-

 -Entonces, que no les preocupe eso- respiró profundamente el aire de la noche -¿No es extraño en verdad? Encontrar la felicidad en lugares tan inesperados-

 -Así es amiga; éste será un mundo de sombras -como él mismo me dijo- oculto, alejado de la sociedad donde debemos permanecer para salvar la vida… pero aquí somos felices-

 Odette me miró con una amplia sonrisa y comentó:

 -¿Sabes que te ves mucho mejor así, con esa ropa de hombre y esa pistola?  Se nota que en verdad eres más feliz así, más tú-

 -Lo sé-

 En eso oímos que Michael  hablaba desde el cuarto, y que me estaba llamando.

 -Michael sufre terribles pesadillas- le dije a Odette –Él no es el hombre que todos creen que es por lo que hace, no es como la mayoría de los gangsters. Cuando lo conoces ves que en realidad es muy bueno y consiente, tanto que no te lo puedes imaginar-

 -¡Entonces ve! Ve con él, te está llamando-

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 Esa noche, y no muy lejos del motel “Sun”, Frank Santino y otros hombres esperaban en las sombras la llegada del último tren de la noche a Indiana.

 En el más silencioso secreto.

 Frank desde hacía rato debió irse pero no pudo, entre la policía y los Gilardino lo tenían acorralado, pero aquella noche se iría y desde lejos trataría de recobrar su imperio perdido.

 Le haría la guerra a los Gilardino, de eso no se olvidaría.

 Estaban todos nerviosos, la noche se sentía amenazante. Pero Frank creía que no había manera de que alguien supiera que él se encontraba allí esa noche, sólo pocos hombres de confianza, como Simon Pileo, sabían de eso.

 El lejano sonido de los automóviles no representaba ninguna amenaza para ellos. Algunos incluso se acercaban y pasaban de largo, hasta que en ésa llegaron unos automóviles que se acercaron pero no pasaron de largo, se quedaron allí.

 -Jefe, algo se acerca- susurró uno de los hombres con cierta alarma. Todos se alarmaron, de hecho, con aquellos automóviles detenidos justo allí, en la estación del tren.

 -Esto es una emboscada- alcanzó a decir Frank antes de que los automóviles, o los que estaban adentro, abrieran fuego contra ellos.

 Los automóviles comenzaron a disparar con ametralladoras Thompson por toda la estación, que afortunadamente estaban vacía a esa hora, y el tren todavía no llegaba. Frank y sus hombres se echaron al piso, sacaron sus pistolas y contraatacaron, pero eso no combatía a las ametralladoras que los arrasó.

 Frank se refugió detrás de los bancos, las balas volaban por todas partes.

 Debía escaparse por la calle, sus hombres lo estaban cubriendo pero fueron abatidos rápidamente y sin piedad.

 Un hombre se bajó a hurtadillas de uno de los coches, era McCluskey, quien se escondió detrás de un anuncio.

 -Falta Frank- dijo para sí mismo el detective al no ver al hombre por ninguna parte, pero sabía que había estado allí.

 Frank Santino, por su parte, no sabía quiénes venían en aquellos coches, salió huyendo por las vías del tren evitando la carretera.

 McCluskey revisó todo el lugar, los hombres de Frank estaban muertos y los suyos heridos nada más, así que uno de ellos le avisó que había visto a un hombre salir huyendo por las vías del tren.

 McCluskey echó a correr por allí a pesar del riesgo de la llegada del tren, corrió como un loco y ocultándose de la luz lo más que podía porque se le estaba escapando Frank.

 Frank iba más adelante y un sonido lo hizo entrar en razón: se acercaba el tren. Desorientado, lo único que le quedaba por hacer era esconderse en algún lado del campo fuera de las vías.

 Las luces del tren lo iluminaron y lo pusieron en evidencia: McCluskey distinguió la figura del gangster apartarse de las vías y apuntó el arma.

 Estaba lejos todavía, los disparos sonaron pero no dieron en el blanco. Frank saltó a la tierra, lo que le dio tiempo a McCluskey de alcanzarlo. El gangster se paró otra vez pero golpeó contra las defensas que estaban allí ocultas por la oscuridad y las hierbas, disparó al vacío, nada. McCluskey debía atraparlo por sorpresa porque estaba armado y lo había visto, y efectivamente Frank le disparaba, pero se quedaba sin cartuchos y él también.

 -Es mejor que te entregues, Frank. Estás rodeado- mintió McCluskey- Si te entregas te perdonaremos la vida. Baja el arma-

 Frank no veía a McCluskey todavía y aquel tren pasó haciendo un gran estruendo, y las luces iluminaban a intervalos. McCluskey no debía gastar las balas que le quedaban y no debía exponerse. Se echó al suelo para acercársele, Frank dispararía en cualquier momento y estaba claro que no iba a rendirse.

 Cuando logró estar lo suficientemente cerca, McCluskey disparó a matar, pero Frank echó a correr, sin embargo no lo dejaría escapar,  le saltó encima como una pantera.

 Pobre Frank, porque había echado a correr hacia la dirección equivocada, justamente donde estaba McCluskey escondido.

 El arma se disparó, McCluskey forcejeó con el gangster para quitarle la pistola ya descargada. La fuerza de Frank le impedía usar su pistola, y para colmo cargaba una navaja también. El detective se aferró a él fuertemente apartando la navaja, pero aún y con todo eso, Frank estaba perdido y eso ya lo presentía.

 En un momento de flaqueo, McCluskey logró liberar su mano con la pistola de la mano con la navaja del gangster y rápidamente procede sin titubear: logra poner la pistola en la cabeza de Frank y dispara.