jueves, 13 de enero de 2011

Capítulo II

 Sé que no debía, pero no pude evitar que una amplia sonrisa iluminara mi rostro esa mañana cuando leí el periódico.
 Aún no me abandonaban los valores católicos de mi infancia, por lo tanto sabía que no se debía sentir alegría ante ningún asesinato, pero John Guetto se lo merecía y no sentía ningún remordimiento por esto. Porque cuando la justicia humana no hacía nada, otra más lo hacía.
 Pero ahora me tocaba una noche de condolencias y falsas lamentaciones aquí en el casino, diciendo “Oh, extrañaremos al viejo Guetto” y cosas por el estilo; hipocresía, había que guardar las apariencias.
 Que mal me sentía, pero ya que más daba, toda mi vida ha sido una mascarada, al menos desde que soy la flamante “Scarlet Jones”…
 El teléfono no tardó en sonar.
 -Lo acabo de leer en el periódico, querida- era mi amiga y compañera de trabajo Clarissa, por supuesto, me había llamado al enterarse de lo de anoche. Guetto era cliente del Break O´Dawn y era muy, muy generoso con sus propinas, pero yo jamás confié en él… yo soy una de las pocas personas que sabe que andaba mezclado con el jefe –Sí, pobre hombre- le comentaba a Clarissa- Y dice el reportaje que la escena era grotesca-
 Esa noche teníamos presentación otra vez, por lo tanto después del almuerzo debía bajar al casino y allí me reuniría con ella de nuevo.
 Sí, yo vivía en hotel-casino Break O´Dawn desde que me contrataron como estrella principal del show. Me había vendido y confieso que me pagan bien, pero mi propósito es otro, y eso casi nadie en este mundo lo sabe.
 El Break O´Dawn es sin duda un lugar hermoso, el casino más lujoso de esta parte del país, pero yo lo hubiera dado todo por quedarme en el viejo pub “Club 30´s”, donde trabajaba mi madre. Pero no pude, todo tuvo que cambiar.
 Ahora apenas tenía veintiocho años y ya mi vida estaba en un basurero. Sin embargo me maquillaría, me pondría un lujoso vestido y cantaría esta noche, resplandeciente como si nada malo hubiera en el mundo.

---*---*---*---

 Como era de esperarse, Ian McCluskey estaba esa tarde metido de pies a cabeza en el Break O´Dawn. Las chicas estaban todas alborotadas porque tal vez yo era la única mujer en toda Chicago que era inmune a los seductores ojos azules del detective. Tenía 40 años pero aparentaba menos, era alto y delgado, con una tersa cabellera color miel salpicada por algunos reflejos grises.
 -Buenas tardes, señorita Jones- me atrapó McCluskey apenas llegué al casino. Esta vez me sería difícil escapar.
 -Vaya ¿Por aquí tan temprano, detective?- respondí indiferente –El show comienza a las diez-
 -Usted debe saber muy bien por qué estoy aquí ahora- me dijo muy educadamente y no se podía negar que aquel hombre era encantador y muy atractivo.
 Yo no le respondí porque me parecía un atrevimiento que me interrumpiera así el paso para mi camerino.
 -Esta vez no puede hacerse la difícil, señorita. Se han cometido crímenes graves y deben responderme unas preguntas como todo el mundo- me dijo con paciencia.
 -¿Crímenes graves?- resoplé- Aquí matan gente todos los días, detective ¿Cuál es la novedad?-
 -Las víctimas eran todas clientes asiduas de este casino- continuó él ignorando mis ironías.
 -Bien- accedí yo con arrogancia – Hable rápido, tengo mucho trabajo-
 Él sonrió y si pretendía seducirme, pues fracasó.
 -¿Conocía usted a John Guetto y a Joe Santino?- recobró la seriedad.
 -No, solamente los había visto en el casino, varias veces. Sí, eran clientes asiduos, ya sabe. Yo prefiero no mezclarme con los clientes. Soy muy profesional y solo me enfoco en mi trabajo- mentí yo.
 -Sí, creo que de eso no se puede tener dudas- dijo con sinceridad. Él me conocía, al menos como artista, a veces venía a verme cantar y se notaba que me admiraba mucho. Pero no podía asegurar si el detective sentía algo por mí, era divorciado y vivía ahora solo en un apartamento de la zona sur, completamente dedicado a su trabajo –Escuche, señorita Jones, si usted ha visto o ha notado a alguien nuevo, alguien fuera de lo común por estos lugares, que anda merodeando el casino, es importante que me lo haga saber-
 -No he notado nada fuera de lo normal, no he visto a nadie nuevo en mucho tiempo. Chicago en estos días no es una ciudad muy turística, como ya debe de saber- esta vez sí le respondí con honestidad.
 No sé si él me creyó.
 -Bien, tenga cuidado señorita, y esté muy pendiente- me advirtió y con gracia sacó un cigarrillo de su chaqueta y lo encendió, sin dejar de mirarme con esos hermosos ojos azules.
 -Lo haré, detective, ahora, por favor déjeme pasar a mi camerino-
 El hombre se apartó con cortesía y me dejó pasar.


 Clarissa se pasó la tarde entera soñando con McCluskey, decía que era un sueño de hombre, y yo me divertía mucho con eso.
 -¡No me digas que no lo aceptarías en tu cama, Scarlet!- me decía mientras ensayaba.
 -Basta, Clarissa, baja la voz- yo esperaba que nadie la estuviera oyendo –No te niego que es muy atractivo, pero yo… yo creo que estoy en espera de alguien más-
 -¿Quién, querida?- bufó ella –Por aquí a dónde va una a conseguir un hombre mejor- y su voz se opacó – Y él está interesado en ti-
 -Ja, quién sabe. Tú también tienes un chance-
 Me miró con tristeza, no podía negar que las bailarinas no eran precisamente lo que los hombres buenos buscaban, y mucho menos las bailarinas del Break O´Dawn. Eso sin mencionar que tampoco la clientela de un casino era lo que una mujer deseaba en verdad.  
 Suspiré aburrida pensando en el montón de viejos gordos que me veían cantar cada noche, la mayoría ya casados y que, sin importarles eso, continuaban detrás de las jóvenes como coyotes.
 Eso me repugnaba, pero adoraba cantar y estar sobre el escenario. Era mi vida. Así que no me importaban los viejos gordos y sus negocios sucios.
 Ni me imaginaba yo que esa misma noche me esperaba una sorpresa, algo que no solo la haría una noche especial, sino que también me cambiaría la vida para siempre.

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 Era ya un hecho que el criminal de blanco estaba profundamente enamorado de Scarlet Jones, la estrella del Break O´Dawn, el hotel-casino más lujoso de toda Chicago. Había escuchado su voz, su música y aquello era el bálsamo que aliviaba todas sus penas.
 Ahí parado frente al cartel que rezaba “Scarlet Jones, esta noche en vivo. Break o´Dawn Hotel” miraba fijamente la fotografía de un hermosa mujer, de su misma edad que ataviada por un elegante vestido de seda, se veía deslumbrante bajo la luz un foco. Pensaba que hubiera sido la esposa ideal para él si la vida nunca le hubiera truncado se carrera musical. Porque él iba a ser cantante también, el quería y tenía talento, pero al ser huérfano, no tener ni dónde caerse muerto y perseguido por la mafia, sus sueños fueron destruídos.
 No había vida posible si la mafia andaba detrás de ti.
 Aunque ahora sí tenía dinero, era un exiliado de la sociedad y nadie sabía quién era. Ahí en plena calle, toda la gente pasaba caminando detrás de él por la acera alegre, triste, y a nadie le importaba, nadie se preocupaba por él.
 Scarlet Jones jamás sabría que existía y eso sinceramente era ya demasiado que soportar.
 Se robaría el cartel y también lo pegaría en su pared, donde ya tenía varios por el estilo, para verla cada noche. Soñaba con ella, suspiraba oyendo de ella, su música era todo, iba a verla escondido, pero ella jamás sabría de él y eso no lo soportaba.
 Estaba muy obsesionado. Pero eso podría cambiar, él ahora conseguía todo lo que quería.
 La perseguiría y la tendría para él.

---*---*---*---

 La policía no salió del hotel en todo el resto del día, interrogaron a todo el mundo y aún y con todo ese movimiento, yo pasé la tarde más aburrida que recuerde hasta el momento.
 Cada vez me era más insignificante el mundo, nada me importaba en realidad. Contaba las horas para salir al escenario y así la música me hacía olvidar y me hacía sentir otra vez.
 Eso era lo único que no era falso en mi vida.
 Mis dos bailarinas, Clarissa y Odette, se habían alarmado mucho con el asunto de la policía, pero al menos ya se habían olvidado de sus ensoñaciones amorosas con el detective y ahora comentaban que se iba a desatar una guerra entre la mafia otra vez. Y eso asustaba a todo el mundo, y a mí, me traía demasiados recuerdos dolorosos.
 Se decía que los mafiosos se estaban matando entre sí y sin ninguna razón. Yo no diría eso, siempre había razones, es solo que uno nunca las sabía.
 Mi pianista dijo que había oído a uno de los policías decir que la teoría que se manejaba allá en el departamento de policía era que posiblemente se trataba de un solo hombre, y que no solo habían sido dos asesinatos, aparte de lo de Alba Guetto y los niños, sino que han sido más asesinatos y todos posiblemente cometidos por un mismo hombre.
 -Todos mafiosos- decía- Y todos por el mismo hombre. Los de Alba Guetto y sus hijos, los pobres, se dice en los suburbios que es cosa aparte…ya saben,  alguna venganza de ya saben quién contra Guetto- el pobre hombre se puso pálido cuando pronunció lo siguiente- Es la mano de La Cosa Nostra, sí, ésa mano…-
 Aquella conversación era peligrosa, todos hablaban muy en voz baja, a mí me hizo sentir muy mal así que me retiré del ensayo para volver a mi camerino.
 Allí podía llorar sin que nadie me viera, era mi espacio privado.
 Que hubiera un criminal más en la ciudad a mí me importaba un bledo; aunque si era verdad eso de que solo mataba mafiosos, pues aquel criminal me hacía sonreír.
 A pesar de todo, mi llegada al camerino no fue precisamente para llorar, encontré sobre el tocador algunas notas de admiradores, pero entre las notas había una perfumada y enorme rosa roja acompañada de una tarjetica atada con un listón dorado. Era una tarjeta adornada por una elegante caligrafía.
 El detalle me pareció encantador a pesar de que no era la primera vez que los admiradores me enviaban flores y rosas. Le preguntaría a Raúl, el muchacho que siempre me traía la correspondencia, si sabía quién envió eso.
 Me senté a leer la curiosa tarjeta y el mensaje que traía era corto, pero me llegó al corazón y yo en realidad no sabía por qué:
 “Hermosa Scarlet.
 Eres la más asombrosa estrella del firmamento, la luz que ilumina mi noche eterna.
El que siempre oye tu voz y sueña con tu sonrisa.
Un amigo de blanco”
 Aquello era diferente a todo lo que acostumbraban a decir los admiradores. De hecho, automáticamente continué leyendo los otros mensajes:
 “Scarlet. TE AMOOOOO. Charles” decía un papel mal escrito. Lo puse a un lado y agarré el otro:
 “Señora, usted canta mu bien es muy vonita. Anita” este me enterneció pues era, obviamente, escrito por una niña.
 Otro mensaje era lo mismo de siempre, tal vez me lo enviaba el mismo tipo:
 “308, 5551212. 11:40 pm”
 O sea, el número de la habitación, un teléfono y la hora. Lo boté a la basura inmediatamente.
 El último mensaje era el más simple y el más directo:
 “Te veo a las 11:30”
 Cuatro palabras y unos números y ya me habían revuelto las entrañas. Conocía esa caligrafía, era el jefe… no podía negarme.
 Aparté esa desagradable nota y tomé la tarjeta y la rosa y eso me hizo feliz otra vez, aunque tal vez no era más que otro engaño.

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