jueves, 13 de enero de 2011

Capítulo V

 No sospechaba que el hombre que necesitaba estaba a solo unas cuadras de la esquina del Sandy´s, adentro, en los suburbios, en un oscuro y pequeño departamento oculto dentro de un viejo edificio del fondo de la calle.
 El criminal de blanco vivía allí, era un lugar horrible pero nadie hacía preguntas y nadie se fijaba en nadie. Le gustaba estar allí, era su mundo desde que llegó de Georgia y estaba solo y perdido de todos los ojos que lo perseguían.
 Sobre su escritorio habían varias fotografías y recortes de periódicos relacionados con Lucio Baggio, Joe Santino, John Guetto, Steve Carter- todos muertos por su Walther P38- Frank Santino, Simon Pileo y algunos miembros de la familia Gilardino. Los estaba estudiando, a esos que quedaban, los acechaba, porque aún no daba con el capo di tutti capi.
 Sí, sabía que le faltaba uno.
 Ahí seguía sentado frente al cartel de Scarlet Jones, pensando en su melodiosa voz y en cada sonrisa que le dirigió anoche. Pero ella trabajaba en el Break O´Dawn y él se preguntaba si no era otra cómplice más del inmundo negocio que la rodeaba.
 No podía ser, no quería creerlo, ella era su ángel. Acarició el negro guante de seda que le regaló, impregnado de su perfume.
 Tal vez ella era un buen contacto - se sacudió las ensoñaciones para volver a su realidad- y en su realidad no cabía el amor. El amor podía traicionar, una vez confió en una novia y el resultado de eso fue parar en la cárcel.
 Pero Scarlet Jones era otra cosa, ella era la mujer más fascinante que hubiera conocido, leía sobre ella en los periódicos y todo lo que decían era absolutamente nada de ella. No tenía pasado y no tenía presente fuera de los escenarios ¿De dónde era? ¿Quiénes eran su familia? ¿Dónde nació?
 El criminal de blanco era muy astuto, conocía la gente y más cuando le recordaban a sí mismo: Scarlet Jones era más que una simple artista, ocultaba algo, presentía La Cosa Nostra en todo su alrededor.
 Pero él la contactaría, ella podría ser su mejor informante.
 El joven se echó hacia atrás sobre su silla y encendió un cigarrillo. Aquella novia de Georgia lo había traicionado pero sus “amigos” lograron sacarlo de la cárcel. Ahora estaba en Chicago otra vez, huyendo, había matado al caporegime de Georgia y por eso debió desaparecer de allí. Malos recuerdos y no debían saber que estaba allí, nadie, no antes de encontrar al que estaba buscando.
 Ahora estudiaba la mafia de Chicago, un mundo aún más peligroso. Los estaba vigilando, a todos, cada fotografía que había sobre su escritorio, cada uno era su objetivo.
 Y ahora estaba Scarlet también, la estrella principal del Break O´Dawn, la chica de Gilardino; ninguna chica  así rechazaría los favores de un pezzonovante, porque las mujeres se vendían. El joven resopló al pensar en eso y acabó su cigarrillo.
 Sin embargo -seguía escudriñando- Antonio Gilardino estaba casado con una mujer joven y hermosa, pero altamente desconfiable, con quien aún no tenía hijos ya que el hombre tenía dos de su primer matrimonio, Rocco y Vincenzo. Decían en los bajos fondos que Annie, la actual esposa, andaba detrás de los misteriosos crímenes de varias bailarinas del Break O´Dawn, pero eso a él no incumbía, el criminal de blanco no se metía con mujeres, nunca se atrevería a ajusticiar a una mujer… a no ser que algo más importante que su vida lo obligara a hacerlo...
 Todo muy sospechoso alrededor de los Gilardino, sin duda, Rocco y Vincenzo eran dueños de todos los hoteles de Chicago y entre todos la ciudad entera era de ellos. Así que Antonio Gilardino era su principal candidato de ser el capo di tutti capi de esa región y también el principal sospechoso de ser la punta de su pirámide. Y él deseaba que fuera asi, que solo le faltara uno.
 Debía contactar a Scarlet Jones, la persona que podría informarle, si es que sus cavilaciones eran certeras.

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 Esa tarde el detective Ian McCluskey contemplaba tranquilo el ir y venir de la gente por las húmedas aceras mientras terminaba lo que había sido su almuerzo aquel día. Muy consternado estaba por la cita que tenía esa noche en un departamento que ya conocía.
 Pero McCluskey iría, necesitaba información y evidencias para meter a los Gilardino a la cárcel, ya no aceptaría más sobornos, le sacaría información sobre los recientes crímenes, de los cuales el de Alba Guetto y sus hijos corría a cuenta de ellos, pero el resto, era cuestión del asesino sin rostro al cual atraparía, y mataría sin dudarlo.
 Así había que actuar en Chicago para acabar con los problemas de una vez por todas. Se acabó la complicidad.
 El café estaba ya casi solo a esas tempranas horas de la tarde, el detective pagó la cuenta y se fue.
 Esa noche tenía cita con Annie Gilardino…pero él hubiese preferido ir a ver a su musa del Break O´Dawn.

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 Y fue ésa misma noche del Viernes que conocí a mi amigo de blanco.
 Era la noche de mayores apuestas en el casino y no había show, solamente la orquesta musicalizando el ambiente, y yo no pensaba bajar al casino ni salir de mi habitación en todo el fin de semana. Pero eso cambió por completo en el momento en que recibí la segunda rosa con su dorada tarjeta: me iluminó el corazón después de un día de angustias. Apareció ahí junto con mi correspondencia y Raúl me dijo que había llegado con las otras cartas y que no había nadie en particular entregando eso.
 En fin, me sentí como una adolescente y eso era maravilloso, porque volvía a tener una emoción en mi vida que me daba calor y una cierta alegría. Me gustaba mi extraño admirador, después de haberlo visto anoche disfrutaba de sus cumplidos, y si tenía cierto miedo hacia él, pues eso avivaba el fuego.
 Confiaba en mi instinto porque yo, de alguna manera, leía en los rostros de las personas lo que en realidad eran- bien cierto era que el alma se refleja en los ojos para aquellos que sabemos leerlos- y en el rostro andrógino y afable de mi misterioso admirador, no había absolutamente nada malo. No podía haber maldad en aquella alma, pero sí muchas cosas ocultas.

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 Algo muy diferente fue el caso de Frank Esteban Santino, el caporegime Santino de Chicago y socio de Antonio, que solía visitar el casino con frecuencia. Una noche me invitó a un trago, hace unos años, cuando él estaba más joven y era más atractivo; un hombre de cabello gris con tonos rojizos y misteriosos ojos verdes. Pero con todo su atractivo masculino y sin yo saber mucho de él en aquel entonces, su presencia asustaba, esos penetrantes ojos verdes escondían oscuros propósitos.
 Supe al instante que era un hombre peligroso, cosa que no muchas chicas notaban, y por eso algunas terminaron muertas, pero yo nunca confié en él. Trató de tener algo conmigo como todo un conquistador que era, pero jamás lo acepté y él desistió rápidamente al ver que yo no le mostraba el mínimo interés. Él no se hacía de rogar, pero tampoco olvidaba un desprecio.
 Con Frank Santino yo no tenía las cosas seguras, porque de hecho, nadie las tenía.


 Suspiré apartándolo de mis pensamientos y volví hacia la dorada tarjeta para leerla: “Hermosa Scarlet. Tu voz y tu encanto me deslumbró anoche. Y yo me preguntaba cómo era posible que lo divino se hiciera visible en un lugar tan terrenal como un casino, pero tu sola presencia hace de ese casino un Olimpo. Tu amigo de blanco, quien te esperará frente a la fuente de Apolo. Esta noche”
 Me leí el mensaje varias veces y me pregunté mil veces más sino estaría siendo yo demasiado ingenua al creer en esas cosas. No, la gente con dudosas intensiones no escribía de esa manera, tenía experiencia al respecto. A no ser que fuera un psicópata tan brillante que fuera capaz de actuar de una manera muy convincente.
 De todas maneras iría al casino esa noche. Primera evidencia para mí de que sus intensiones, por ahora, eran buenas: esperarme en el pleno bullicio de un lugar público, y tal vez exponiéndose él mismo por solo hablar conmigo. No había duda de eso, era él quien se exponía.
 Así fue entonces que llegó el atardecer y la noche se presentaba tan clara que parecía Florida, porque muy pocas veces dejaba de llover en Chicago por estos meses del año.
 Estuve admirando el atardecer desde la ventana de mi habitación, la 246 del piso14, donde vivía desde hacía cinco años y me entristecí al pensar en que Diciembre cumpliría los veintinueve y de esos veintinueve años, cinco los llevaba en el Break O´Dawn… Algo debía hacerse, yo no cumpliría otro año más trabajando para el clan Gilardino.
 Finalmente me aparté de la ventana espantando todos esos pensamientos tristes de la cabeza y me fui a vestir. Un deslumbrante vestido dorado me esperaba colgado en la puerta del armario, nunca antes lo había usado, y fue un día que por casualidad lo compré en “Madame Boulette”, que era de las más prestigiosas de la ciudad, y por alguna razón nunca lo había usado… hasta hoy.
 Lo luciría esta noche, para esto es que era bueno el dinero que ganaba, por primera vez lo disfrutaba de verdad.

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 A las ocho en punto, un hombre entraba furtivamente al complejo de apartamentos del North Value, en el oeste de la ciudad; el portero como siempre había salido “a dar una vuelta”, así que el hombre podía entrar sin dar más detalles.
 La luz del apartamento era amarillo pastel y la fragancia, rosas y claveles. Estaba adornado por fabulosos decorados florales y preciosas esculturas artísticas.
 El detective llegó a los tres minutos de haber entrado al edificio, pues subir diecinueve pisos en el elevador era realmente rápido esos días, y no perdió tiempo alguno para llegar al 19-B. La mujer que le abrió la puerta lo recibió con un beso en los labios.
 -Annie, vamos a hablar- dijo él secamente resistiéndose a la seductora mujer.
 Al cerrar la puerta ella le quitó la chaqueta pero McCluskey no estaba dispuesto a caer en la redes de Annie, pero no era fácil, se besaron apasionadamente antes de que él intentara apartarse otra vez.


 -Esto es peligroso para ambos, Annie. No voy a seguir poniendo tu vida en peligro- dijo él severamente paseándose por el apartamento –Ya no se puede jugar más, ha muerto mucha gente. Antonio debe saber de lo nuestro o si no se enterará muy pronto y nos hará pedazos-
 Ella lo miró inexpresiva y luego se acercó a él para acariciar su pecho y calmarlo.
 -Antonio te estima, Ian- dijo al fin y McCluskey supo a qué se refería, a los favores que le había hecho al mafioso antes para salvarlo de la cárcel. Pero Annie no sabría nunca que él ahora estaba cambiando de parecer –Muchos te estiman, de hecho, no solo has ayudado a mi marido, salvaste a John Guetto de ir directo a la cárcel por haber sido cómplice de aquel horrendo crimen del “Club 30´s”- decía ella con frialdad, revolviendo algo que McCluskey no quería recordar- Aquella familia…-
 -¡Ocurrió hace diecisiete años!- exclamó él un poco alterado, no había olvidado como fue sobornado para que nunca encontraran a los asesinos de la familia Jackson de Georgia, donde estuvieron involucrados ellos, los Gilardino, y otros tantos cómplices. El crimen ocurrió hace diecisiete años, apenas unos pocos juicios comenzaron después, hace doce, cuando él tenía veintiocho años y era un policía corrupto, y luego nada más. John Guetto, principal culpable, pagó una fortuna y las evidencias desaparecieron.
 -Solo quedó un pequeño niño testigo de aquello- continuaba Annie con diversión, revolviendo la consciencia de McCluskey –el huerfanito, que quedó completamente solo y abandonado-
 -Odio este trabajo, estoy pensando dejar de ser policía- suspiró cansado. Annie levantó las cejas, él esperaba que lo creyera para que hablara con más confianza.
 -¿Ya no vas a encargarte más de nosotros los malos?- ella dejó de acariciarlo para acercarse a un pequeño bar que estaba junto a la ventana, de donde tomó dos copas y se disponía a servir vino tinto de una oscura botella.
 -Solo bebo whisky, querida, acuérdate- le recordó él un poco sorprendido que ella no se acordara de ese detalle, y el vino tino era la bebida más desconfiable de todas- En cuanto a tu pregunta, mira, ya no seré más un estorbo- y le guiñó un ojo con complicidad.
 Annie cambió las copas por dos vasos y sirvió whisky y ambos brindaron. McCluskey la deseaba pero tampoco dejaba de pensar en Scarlet Jones ¿Se estaba enamorando? Tal vez, pensó. En cuanto a Annie, no se podía saber lo que pasaba por su mente ni si sospechaba de su confusión de sentimientos.
 -Entonces no te meterás más en nuestros asuntos- habló ella en susurros- Bueno saberlo, aunque te digo, amor, que por ahora no somos nosotros- McCluskey se interesó mucho, fingió tomar su whisky pero no dejaba de mirarla- Hay alguien más-
 -¿Los del North West?-
 -No; mi marido cree que hay un traidor, los Santino piensan que somos nosotros, mis hijastros sospechan del clan de North West también- sacudía la cabeza –Pero no, amor, no creo que sea nada de eso-
 -Yo también he pensado lo mismo- dijo él casi para sí mismo, ella sonrió.
 -Sé de venganzas personales y la verdad es que por aquí deben de abundar, y con razón- continuaba ella- Esto es una venganza, no es cuestión de negocios-
 McCluskey resopló frustrado, porque si era una venganza personal en verdad sería mucho más difícil encontrar al culpable.
 -Es un solo hombre, es mi teoría- dijo terminando su whisky y con la mirada fija en la ventana.
 - Y si es así, el enemigo es de los dos. Tu nuevo trabajo es él, no nosotros- ella se servía más whisky en las rocas- ¿Y sabes qué? Yo te aconsejaría buscar en el pasado, te aseguro que allí se puede conseguir alguna pista-
 Él la miró, el olor a rosas y claveles era hipnotizante y ese hermoso cabello dorado enmarcaba muy bien el inteligente y perfecto rostro de Annie, la deseaba y sin pensarlo más se acercó a ella, quien lo recibió gustosa, y se besaron otra vez a la luz de la luna que se colaba por la ventana.
 Y definitivamente, no pudo resistirse a sus encantos y ahora le convenía su confianza, así que  McCluskey al fin se quedó en el apartamento toda la noche, aprovechando que el marido se había ido a Seattle el fin de semana.

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