jueves, 13 de enero de 2011

Capítulo III

 Y nadie más vio a Scarlet Jones hasta que las cortinas estaban todas cerradas y faltaba poco para empezar el espectáculo.
 Todos los apostadores de las mesas de póker entusiasmados comenzaron a agrupar sus sillas frente al escenario, todas las apuestas se cerraban hasta después de las once de la noche y las sillas se apartaban para colocarlas al frente del gran salón. Dos fuentes de agua flanqueaban la tarima, una era del dios Apolo y la otra era de Afrodita; había montones de arreglos florales y palmeras decoradas con luces y chispas de plata por los alrededores de toda la sala.
 Un ambiente clásico de ensueño, pero lo que en realidad era el Break O´Dawn era una guarida de lobos.
 No salí de mi camerino hasta que faltaba poco para el show. Si bien la tarjeta me había alegrado el día, mi realidad me había puesto los pies sobre la tierra otra vez.
 “Un amigo de blanco”, ahora, cuando saliera a la tarima, me la pasaría buscando a alguien vestido de blanco entre los espectadores. Aunque no era común, algunos hombres vestían de blanco en galas nocturnas, lo que me llevaría a imaginarme cosas al ver a cualquiera con un traje blanco como una boba ilusa.
 Además, no olvidaba las palabras de McCluskey: “Tenga cuidado, señorita, esté pendiente”. Un amigo de blanco, un asesino sin rostro suelto…¿Sería el mismo acaso?. Mis locas fantasías me presentaban a un hombre horrible, de mirada fría y cruel, quijada cuadrada, brazos bestiales que le arrancarían la cabeza a cualquiera, el criminal vestido de blanco.
 Ése era tal vez el amigo misterioso que tanto había despertado mi interés.
 “Cuidado, Scarlet”, en el mundo en el que vivía no debía confiar en hermosas apariencias, “cuidado”, “cuidado" me repetía una voz en mi interior que sonaba muy parecida a la de mi madre.
 Ese hombre horrible podría ser mi “amigo de blanco”, esas palabras dulces, un anzuelo para atraparme y terminar yo como tantas chicas que aparecían muertas en sus apartamentos.
 Un golpe en la puerta de mi camerino me hizo saltar, era Raúl:
 -Scarlet, es hora de salir- apremió.
 Y yo agradecía mucho que ya haya llegado la hora del show, así que terminé de arreglarme con todos los lujos y mi reluciente cabello largo llevaba una grácil flor rosada acompañada de listones con lentejuelas que caían sobre mi vestido rojo brillante. Estaba emocionada pero a la vez también estaba asustada.
 El “amigo de blanco” se volvió una amenaza, pero estaba segura de que McCluskey montaba guardia en todo el casino como ya había hecho antes, por lo tanto, habría policías vigilando por ahí. Cosa que molestaría mucho a Antonio Gilardino, por supuesto.
 Eso se lo vi en los ojos: en esos, los ojos azules del detective, había determinación a no seguir tolerando esta ola de crímenes. Atraparía al asesino sin rostro y lo mataría, y como todavía no sabían a quién rayos perseguían, cualquiera que cayera como sospechoso, también podría morir.
 El show al fin empezó a las diez en punto, yo no veía más nada que oscuridad y los focos de luz me cegaban -algo realmente inquietante cuando se desconfiaba de la audiencia- y no oía más que los aplausos de la concurrencia regular e invisible.
 Mi pianista comenzó con las suaves y lentas tonadas de “Flor de medianoche”, un clásico ya bastante popular. Yo siempre cantaba versiones al comienzo de mi show, eran lo mejor para calentar a la audiencia, luego, más que todo en la segunda parte, cantaba el repertorio de mi propia autoría. Y esa noche no fue la excepción.
 A pesar de mi nerviosismo inicial, el mágico poder de la música me devolvió la estabilidad y así me olvidé de mis delirios con el hombre de blanco y el asesino sin rostro. Terminé dos canciones y el público estalló en una ovación, entonces encendieron las luces del salón y pude ver a la audiencia.
 Mis ojos buscaron rápidamente pero no vi más que grupos de apostadores, mujeres alegres con vestidos glamorosos, los mesoneros con chaquetas grises, los repartidores de las mesas de póker con sus acostumbrados uniformes vino tinto. Todo el mundo brillando de alegría, dinero y licor bajo las luces del casino. Pero nada, aquello era patético, así que me concentré en mi trabajo y coquetamente me acomodé el cabello, lancé al público un beso y anuncié por el micrófono mi próxima canción.
 Lo hice todo y canté como un ángel, mi pianista deleitó al público con melodías de antaño pero yo aún estaba pendiente de mi extraño admirador.
 Ya a la mitad del show, mis dos bailarinas se me unieron en el escenario y fue en ese intervalo, con el salón iluminado otra vez, que avisté al primer hombre de blanco: era nada menos que Frank Santino quien, indiferente, conversaba con un grupo de chicas. Él no podía ser mi amigo de blanco, y gracias a Dios, de ser así me tiraría por una ventana.
 Además se supone que el individuo debía andar de luto por lo de su hermano, pero no, allí estaba él, y de blanco. Patético.
 El siguiente hombre que distinguí estaba reunido en una mesa de póker con una elegante mujer  sentada a su lado, muy distraído conversaba con la mujer, pero llevaba pantalones negros; era un smoking tropical lo que vestía aquel hombre.
 -¿Qué te pasa Scarlet?- me interrumpió Odette que me veía muy distraída mientras ellos repasaban todo lo de la segunda parte del show.
 Yo balbuceé algo y no le presté atención, luego continué buscando gente entre el público. Algunos se me acercaban y me hablaban, otros me tiraban flores, pero yo no les hacía caso.
 Lo curioso de todo es que yo, buscando a lo lejos, aún no había notado el grupo de sillas más cercano a la tarima, donde solían sentarse los tipos que se baboseaban más por mí; bueno, tal vez esa era la razón por la que se me había pasado por alto. Pero se me acortaba el tiempo y no pude buscar más, así que sintiéndome como una tonta desistí de mis quimeras y regresé mi atención al show, y cuando mi pianista entonaba “Amanecer” fue entonces que una figura blanca resaltó en mi campo visual, haciendo que mi corazón saltara.
 Bajo la escasa luz de los focos encontré al hombre de blanco, que estaba sentado al lateral frente a la fuente de Apolo solo, y destacaba por encima de toda la clientela del Break O´Dawn, a pesar de estar casi oculto por la primera fila de de hombres que entusiasmados miraban el show. Nunca vi a alguien así, era moreno y vestía su traje blanco con un gran sombrero de ala ancha y noté que la camisa era azul. Entonces ¿Aquel era el individuo bestial que buscaba McCluskey? Pensaba perpleja, disimulando que lo había visto y continuando con el show. Pero aquel hombre que me perseguía y me daba miedo ¡Era apenas un muchacho! No creo que fuera mayor que yo. Lo miré otra vez y allí estaba con la vista fija en mí, y su rostro era como el de un niño, dulce, andrógino.
 Me impactó lo que me había hecho sentir, cuando ya de por si me había emocionado con su tarjeta tan especial. Y yo pensando que aquel admirador tan elegante y gentil era el asesino sin rostro que buscaba  McCluskey; sin duda que mis fantasías con el criminal de blanco se desvanecieron por completo.


 Había notado que yo lo había visto varias veces y me sonreía con picardía, eso me gustó porque por primera vez disfrutaba de la mirada de un admirador. Y yo, como toda una profesional, le hice una reverencia y le bailé coquetamente. Mi pianista estaba inspirado esa noche y los saxofones adornaban las notas del piano que viajaban por todo el salón, deleitando a la concurrencia. Una concurrencia cargada de millones y vestida de gala, pero que en realidad era tan vulgar como una granja de cerdos… exceptuando aquel joven moreno del rincón que parecía salido de un sueño.
 Cantaba para  mi amigo de blanco, bailé para él, me senté sobre el piano y la raja de mi vestido que iba desde la cintura hasta mis zapatos se abrió completamente, haciendo que los hombres más atrevidos silbaran como locos. Me divertí mucho, y el joven no dejaba de sonreírme y aplaudir con entusiasmo.
 El show terminó a su hora y antes de marcharme, me quité uno de mis guantes de seda y lo lancé hacia el lateral derecho, frente a la fuente de Apolo. Por supuesto, el joven lo atrapó rápidamente.
 Sin hacer ni decir más nada, escapé hacia mi camerino, desapareciéndome de la vista de todos.

---*---*---*---

 El criminal de blanco salió del casino sin mayores altercados, solamente llamaba la atención el hecho de que él era de descendencia Afro-Americana, y en esa época no era común eso en los caballeros. De resto nadie reparó en él.
 Curiosamente la noche había adquirido color y brillo de repente, no el acostumbrado y frío gris ambiental... y eso no era precisamente por haber presenciado tan glamoroso espectáculo, no, eso era porque ella lo había visto y le había sonreído. Incluso llegó a pensar que había bailado para él, pero apartó esa idea de su cabeza rápidamente. Él ya no se daba el lujo de creer en cuentos de hadas ni se daba el lujo de albergar vanas ilusiones. Solo hechos y realidad regían su vida.
 Pero estaba feliz por eso y no podía evitarlo. El guante lo conservaría siempre.

---*---*---*---

 Mientras, mi noche mágica se empañaba otra vez por tormentosos pensamientos; sentada en mi camerino no dejaba de recordar las palabras de McCluskey: “Escuche, señorita, si usted ha visto o ha notado a alguien nuevo, a alguien fuera de lo normal…” que sonaban una y otra vez.
 Porque había visto a ese alguien, esa misma noche, y debía reportarlo.
 Aquello me tenía en medio de un mar de emociones encontradas, tenía miedo y fascinación ante la idea de que el sospechoso que tanto buscaban fuera mi amigo de blanco.
 Pero yo no podía ni quería creerlo, y no lo reportaría. No le diría a nadie que había visto a un extranjero en el casino. McCluskey era capaz de perseguir a cualquiera, lo había leído en los periódicos, cuando cazaba a alguien era implacable; inocente o culpable lo atraparía y si mi amigo de blanco resultaba ser su asesino sin rostro, McCluskey lo mataría.
 Y yo definitivamente no quería eso sin antes no haber tenido el chance de conocerlo.
 Otra vez Scarlet Jones se callaría la boca.
 En medio de aquellas divagaciones alguien toca mi puerta.
 Me había olvidado por completo de mi desagradable cita de las 11:30.
 -Muy interesante el show, Scarlet- habló él cuando le abrí la puerta. Los pasillos que venían del escenario ya estaban oscuros y solitarios. Solo el hombre con sus tres guardaespaldas hacían presencia allí.

 -Antonio- balbuceé yo, aparentando calma lo más que se podía.
 -No te había visto tan vigorosa nunca- Gilardino comentó con socarronería. Así uno nunca podía saber cuáles eran sus intensiones, pero era obvio que se refería a mis coqueteos sobre el escenario de aquella noche. Sus intensos ojos negros se pasearon por la raja de mi vestido, de abajo hacia arriba y luego, desgraciadamente, encontraron la rosa y la tarjeta que aún estaban sobre mi tocador –Ese vestido, esos movimientos ¿Alguien especial, querida?-
 -No, claro que no- respondí fría, pero fingiendo fastidio y volví a mi silla. Como él no despegaba los ojos de la rosa agregué- Estos tontos admiradores, a veces son muy molestos- y aparté la rosa con brusquedad del tocador.
 -Bueno, ya sabes. Si alguien te está molestando o se está sobrepasando contigo, solo dímelo…- comentó con una mueca.
 Sí, yo lo sabía; cuando decía eso me ponía tensa y el rostro de aquel tonto, Adam Williams, se aparecía ante mí tristemente. 
 Hacía ya dos años que Adam Williams, de apenas diecinueve años, había aparecido muerto flotando en el lago. Su crimen, enviarme montones de cartas de amor.
 Mi quedé fría y sin palabras, pero logré recuperarme:
 -Nadie me está molestando así. Tampoco es para tomarse las cosas tan a pecho- y me enfoqué en mi tarea de quitarme los restos de maquillaje.
 -Eso espero- Antonio entró a mi camerino como Pedro por su casa y comenzó a husmear- Porque ese detective no deja de perseguirte-
 -Por favor- bufé –No me está persiguiendo, estuvo aquí esta tarde por lo de Guetto y Santino nada más- mi voz sonaba tranquila pero mi corazón latía fuertemente.
 -¿Y es que acaso tú sabes algo de eso, querida?-
 Me volteé a mirarlo con fastidio:
 -¿Yo? ¿Y qué puede una saber? Así son los detectives, le hacen preguntas a todo el mundo ¡Ah que cansada estoy!-
 -Claro, es verdad ¿Qué pueden saber ustedes bailarinas y cantantes?...- rasguñaba con frialdad. Y eso era yo ante los ojos del pezzonovante de Chicago, una chica más entre todas las que pasaban por cantantes y bailarinas en esos casinos y terminaban como prostitutas en las redes de la mafia. Él nada más estaba esperando que yo terminara de caer en la red, y me convirtiera en su meretriz privada. Pero no se imaginaba que le esperaba algo mejor.
 Todo era cuestión de tiempo, por ahora yo no hablaría… “Scarlet Jones” estaba bajo el código Omerta, yo había hecho el voto de silencio. Si hablaba, moría. Así es el mundo en donde me metieron.
 Tal vez yo no era tan diferente al asesino sin rostro de McCluskey. Tal vez los dos éramos almas aprisionadas por las mismas cadenas.
 -…¿No es así, Scarlet?- continuó y no me gustó nada la forma en que pronunció mi nombre, hizo que los latidos de mi corazón se intensificaran, porque lo más probable era que yo pecaba de muy ingenua creyendo que Antonio Gilardino no sospechaba que Scarlet Jones no existía, que era un nombre falso.
 No le dije nada, solo lo miré inexpresivamente.
 -Claro, es así- continuó -Qué podrían saber ustedes que sólo piensan en maquillaje, vestidos y dinero- pronunció con una mueca y continuó estudiando el grupo de mensajes que estaban sobre mi tocador. Ese comentario me hirió, pero fingí no oírlo.
 -Sabes que me escribió una niña- desvié la conversación haciéndome la cabeza hueca –Es un gran invento eso de la radio, los niños pueden oír mis canciones por la radio. Me encantaría que pudieran asistir a mis shows-
 Antonio no añadió más nada pero ahora que perdió el interés en mi camerino, se dedicó a mirarme a mí, y yo odiaba eso profundamente. Si se atrevía a ponerme una mano encima, le daría un puñetazo sin importarme sus guardaespaldas. Porque a mí me respetaban, si no fuera así, ya me hubiera largado del Break O´Dawn, buscándome otra manera de lograr mis propósitos.
 Al fin habló otra vez:
 -Tú definitivamente me recuerdas a alguien- suspiró.
 Y sabía muy bien por qué. Y sabía también qué buscaba Gilardino allí esa noche, nada que ver con otra cosa que no fuera seducirme y vigilar mi vida amorosa. Era una verdadera pesadilla, en serio.
 -Bueno, Antonio, me siento mal…debo irme- me excusé inmediatamente apurándome a recoger mis cosas del tocador – La policía, el show…- me quejaba- …y yo ando medio enferma-
 -Sí, sin duda que debes andar enferma, siempre te sientes mal- se burló.
 -Sí, así es- y mi triste voz fue completamente sincera.
 -Te sentirías mejor si dejaras que yo te diera todo, querida- seguía sin cambiar de tono.
 Le sonreí y me dispuse a salir, los guardaespaldas como siempre no hicieron nada.
 Me alejé en la oscuridad mientras oía cómo se reían los hombres atrás de mí, y no pude contener las lágrimas. Pero había algo en mi mano que me detuvo: había sacado a escondidas del camerino la tarjetica dorada de mi amigo de blanco, rescatándola de la vista de Gilardino.
 No podía quejarme, el pezzonovante estaba donde quería que estuviera después de todo, no me tomaba en serio para nada.



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