jueves, 13 de enero de 2011

Capítulo VI

 No había nada inusual en el hecho de que yo me presentara en el casino cuando no había show; aún y cuando yo siempre prefería quedarme en mi habitación la mayor parte del tiempo, tenía a veces que reunirme con la prensa, y eso se hacía en el casino la mayoría de las veces.
 Phillis y Raphael me acompañaron, y no sé si llamarlo destino o mera casualidad, pero esa noche el jefe había tenido que salir a Seattle todo el fin de semana “por asuntos de negocios”. Así que me sentía libre. Aunque su ausencia no significaba que se estaba a salvo de los ojos, siempre vigilantes, del imperio Gilardino.
 Sin embargo se sentía en el ambiente - o tal vez eran ideas mías - que todo el mundo parecía feliz y despreocupado, y el hotel se veía más radiante y alegre sin la sombra de Gilardino en la ciudad.
 Bajé por el elevador con Raphael y Phillis desde mi piso al lobby, lujoso y engalanado como siempre, y de allí un enorme pasillo decorado con flores nos llevaba al casino.
 De repente tuve la loca sensación de que yo no vivía en ese hotel, que yo solo estaba allí de vacaciones y que, como todo el mundo, bajaba al casino a divertirme y tomar unos tragos, oír la música y ver a la gente jugar la ruleta…
 Vanas ilusiones, yo no era más que una prisionera, pero esa noche esa ilusión era mi realidad.
 -Señorita Jones- los mesoneros y showgirls no ocultaban su sorpresa al verme llegar. La verdad es que jamás me aparecía un Viernes por el casino, era natural su sorpresa. Y para sorpresa mía también, yo tenía una visión diferente de la gente del casino. “La guarida de lobos” ya no se me presentaba tan vulgar, ahora notaba la elegancia de sus decorados y arreglos florales; había un ambiente festivo con gente normal divirtiéndose un Viernes por la noche.
 Me importaba poco la corrupción que corría en las mesas de juego o detrás de las apuestas. A lo mejor yo me equivocaba y juzgaba mal a todo el mundo solo por unos cuantos individuos.
 Me relajé muchísimo, había sido pesimista mucho tiempo y ya no.
 Así íbamos atravesando salones, yo como si estuviera en una carrera de obstáculos: esquivando conocidos, desconocidos y admiradores. Phillis y Raphael me ayudaban mucho en mi misión de llegar hasta el salón de las mesas de póker y la orquesta sin contratiempos.
 Pedí un trago al fin y me dispuse a disfrutar de la noche oyendo música y viendo a los jugadores de póker apostarle a la suerte. No pensé que encontraría al joven de las rosas tan rápido, así que me olvidé del asunto y me distraje con la bulliciosa mesa de Stephan, el repartidor de cartas, y un amigo con el hablaba de vez en cuando entre shows.
 -¡Scarlet!- no me saludó, gritó de la sorpresa. En la mesa se levantó un murmullo pues todos sabían que yo era la estrella del lugar y que no me presentaba esa noche.
 -Querida, qué sorpresa ¿Vienes a jugar?- Stephan me invitó a la partida y me pareció una buena idea porque así me libraba de los otros que ya estaban detrás de mí.
 -Bueno, me gustaría ver la partida.  Se ve a leguas que esto aquí está muy interesante- solté ligeramente y un caballero me apartó una silla donde me senté con gracia; el mesonero no tardó en traerme mi bebida: una sangría de frutas. Los de la orquesta me saludaron mientras Phillis y Raphael se quedaban cerca y se encargaban de alejar a admiradores y curiosos de mi mesa.
 Habían dos elegantes damas allí que parecían muy contentas con la partida, y ambas ya tenían bastantes fichas en su haber. Pero si las damas ganaban la partida o no, no me incumbía, la conversación de los demás jugadores de la mesa que yo escuchaba muy educadamente, no atrapaban mi atención.
 La música lo envolvía todo y dentro de poco tocaría Laureano Aristegui, mi pianista, que esta noche tocaba un rato de solista. Todo un personaje era Laureano, originario del Caribe, de Cuba, llevaba cuarenta años de músico y yo opinaba que la vida no había sido generosa con él. Ahora tenía sesenta y cinco años y su espíritu era el de un muchacho, muy modesto y humilde.
 No creía que se presentara mi amigo de blanco esa noche así tan íntimamente, sin embargo no podía olvidarme de la nota y desde mi mesa vigilaba constantemente la fuente de Apolo, que estaba a considerable distancia.
 No vi más que parejas alegres que iban y venían por el salón y gente que se acercaba a las fuentes para echar una moneda para la suerte. Nada más, o tal vez me resistía a acercarme y buscar con más detalle al emisor de las rosas.
 Me estaba dando mi puesto y mi puesto era el de no andar persiguiendo admiradores misteriosos.
 Entonces fue cuando un mesonero me trajo unos pasapalos y al volver mi atención al frente, por entre Stephan y el amargado jugador de su izquierda, que encontré que estaba allá parado al lado de la fuente, vestido igual a como lo vi anoche, con un cigarrillo y una copa de vino. Quiso el destino definitivamente que sus ojos me encontraran en ese instante, y me alzó la copa en señal de saludo.
 -Stephan- intervine en la mesa de repente- Sr Gallardo, señoras Smith, Winfried, sr Stevenson…- me excusaba con la gente de la mesa- ¿Me permiten? Acabo de ver a alguien con quien quedé en hablar-
 -Un placer, señorita Jones. Tiene usted una voz exquisita y le aseguro que volveré a oírla cantar- se despedía alegremente la señora Winfried, ya con muchas fichas y tragos en su haber.
 Me acerqué al fin a la fuente salteando mesas, sillas y gente, esquivando saludos por aquí y por allá.
 Nos encontramos cara a cara al final de mi viaje a la fuente, había una pareja y tres hombres junto a la fuente también haciendo mucha bulla y no parecían tener intensiones de marcharse.
 El joven me saludó con una reverencia y noté que en realidad era tímido pero muy amable.

 -Le agradezco mucho sus regalos- hablé yo de una manera muy profesional, porque él ya se había puesto nervioso y yo estaba acostumbrada a eso- Es usted muy atento y escribe muy hermoso. Gracias por sus cumplidos- le agradecí con cortesía.
 Él sonrió muy tímidamente y me parece que se ruborizó también, o tal vez era el vino.

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 El criminal de blanco se sorprendió de que le fallaran las palabras, estaba viendo a su musa más de cerca de lo que nunca antes la había visto y quedó prendado de la ternura que veía en su rostro. Eso no se lo esperaba. Ahora sí que no le quedaban dudas de que estaba realmente enamorado, porque ante ella se sentía totalmente vulnerable, tenía una mirada ingenua y una sonrisa generosa que lo dejaban indefenso y eso no se lo esperaba, no eran características comunes en las chicas del mundo nocturno.

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 -Su canción…- al fin pudo hablar con una voz bastante fina, y a mi me divertía ver lo nervioso que estaba ante mí –Su canción “La voz de la noche” para mí es muy especial, señorita Jones, me recuerda muchas cosas ¿Alguna vez ha estado en Georgia?-
 -Oh, no he tenido el placer- respondí con un hilo de voz pues de todas las canciones de mi repertorio, que él mencionara justamente ésa me dejó fría. “La voz de la noche” era una canción de la cual me era doloroso hablar.
 -Esa canción… no sé por qué esa canción me recuerda algo de mi pasado- continuaba él y sus ojos negros se desviaron por momento hacia la fuente de Afrodita, al otro lado del escenario; su copa de vino ya estaba casi vacía y el cigarrillo se lo había acabado. Y yo no sabía si ser completamente sincera con él, nunca le había dicho a nadie que “La voz de la noche” era una canción que cantaba mi madre, y que de ella la aprendí –La invito a un trago- cambió de tema y con un gesto cortés me invitó a la barra.
 Sonreí, no tenía motivos para decir que no, y ya los tres hombres que parloteaban junto a la fuente molestaban mucho, puesto que estaban bastante borrachos.
 -Acepto con gusto y me gustaría saber con quién tendré el placer de tomar un trago- le pedí, en todo este rato él no parecía acordarse de su nombre.
 -Disculpe- respondió con honestidad, se había olvidado por completo de las presentaciones- Estoy muy complacido con su presencia, me olvidaría hasta de dónde estoy parado- y el rubor cubrió sus mejillas- Soy Michael-
 Me extendió la mano y yo posé la mía sobre la suya, cálida y tersa, y me la besó como todo un caballero.
 Salimos del salón de póker para llegar hasta el bar, la zona más elegante de todo el casino. Los empleados eran todos amigos y nos saludaban al pasar, pero debieron notar lo radiante y contenta que estaba yo esa noche en compañía de aquel exótico extranjero porque ninguno quiso interrumpir.
 Sin embargo la mirada vigilante de la Cosa Nostra estaba latente en cada rincón y era demasiado llamativa mi reunión con el extranjero, los veía murmurar y de seguro que la prensa también se aprovecharía del asunto para sacar algo.
 Él era muy educado, completamente cortés, me invitó a unos tragos y cuando Nicholas, el barman, nos atendió, éste me sonrió con complicidad pero no dijo nada.
 -Entonces, es usted de Georgia- comencé enseguida una conversación mientras esperábamos nuestros tragos.
 -Sí, nací allá. Por eso le pregunté si había estado allí. Su música, su canción “La voz de la noche” pareciera hablar de las noches en Georgia… sabe, me recuerda mucho mi infancia –contaba él con un dejo de nostalgia.
 -La verdad, no sabría qué decirle…- y me sinceré yo- esa canción la cantaba mi madre cuando era artista del “Club 30´s”, un viejo local nocturno del este de la ciudad que estuvo de moda hace unos años…- se lo comenté y en realidad no era la primera vez que le contaba a alguien sobre el “Club 30´s”, no importaba, nadie lo conocía.
 Pero Michael, el criminal de blanco, quedó rotundamente impresionado. Nuevamente se quedaba mudo ante Scarlet, y todos sus planes de establecer un contacto con ella por motivos de investigación se vinieron al piso. Entre él y Scarlet se estableció un vínculo emocional que él no deseaba.
 Ahora no sabía si Scarlet sospechaba por qué la canción de su madre le recordaba su infancia, pero no se lo contaría, al menos no por ahora.
 -Yo deseaba cantar también- continuó como si nada, con algo menos privado- Tal como su madre, mi familia estaba relacionada con la música-
 -¿En serio?- reí yo de gusto -¿Es artista?- sabía que había algo en él especial, era eso, la vena artística.
 -Oh, bueno, no ahorita- a pesar de que el tema era doloroso, Michael se sentía completamente cómodo con Scarlet y hablaba tranquilamente –No he podido desarrollarme en eso, pero sí, soy algo artista, lo adoro, el escenario, el canto y el baile-
 -Y no es tarde, le aseguro que si se dedicara podría empezar una carrera artística. He conocido muchos como usted- le decía con mucho entusiasmo.
 A Michael se le iluminó el rostro.
 En eso llega Nicholas con nuestras bebidas, un Ginger Rogers para él y para mí un Gran Marnier.
 -Y es el último trago, yo no bebo mucho- me excusé yo. Ya me había tomado una sangría de frutas.
 -Y yo tampoco bebo, no crea, pero no puedo desperdiciar la ocasión de compartir con usted el placer- exclamó él pensando en el vino que ya se había tomado y en que no estaba acostumbrado a beber más.
 Entonces me di cuenta de lo convincente que era Michael, me había hecho hablar de algo que yo nunca había mencionado antes a nadie, que mi madre trabajaba como cantante en el “Club 30s”. Me estremecí, porque de caer esa información en manos de Antonio Gilardino, mi vida correría peligro. Fue una imprudencia, mi amigo de blanco me estaba seduciendo y de repente me pregunté si no sería él uno de los hombres de Gilardino. Otra vez mi cuerpo se estremeció.
 Tomé mi bebida para tranquilizarme y pensé en desviar la conversación radicalmente, era un hombre muy persuasivo y yo me sentía muy cómoda con él, porque era encantador.
 -Vaya, tenemos mucho de qué hablar, Michael, ya que los dos somos artistas- continué yo como si no hubiera sido nada importante hablarle de mi madre.
 -Definitivamente- acordó él y entusiasmado comenzamos a hablar de nuestros artistas favoritos, los cuales yo ya había tenido el gusto de conocer en persona. La conversación se animó mucho porque ambos compartíamos los mismos gustos y así la noche transcurría rápidamente, la música sonaba, la gente hablaba y reía, las parejas bailaban y montones de apostadores hacían dinero y sin contar la otra mitad que lo que hacía era perderlo todo.

 El criminal de blanco habló muy animadamente con Scarlet porque quería honestamente ser su amigo.
 -Le he quitado bastante tiempo, señorita Jones- se excusó al ver la hora en el reloj que adornaba el bar –Usted debe ser una persona muy ocupada y muy solicitada como para reservarme su tiempo solo a mí. Me siento muy alagado que haya aceptado mi invitación-
 -Yo no soy tan inalcanzable como la prense dice de mí- le guiñé un ojo y él se sonrojó –No todo puede ser trabajo y trabajo, necesito escaparme de vez en cuando y conocer gente-
 Mientras Scarlet hablaba, Michael la estudiaba y también estudiaba la gente del casino, pero esa no era una noche para eso, había algo especial y por primera vez en su vida veía que podía haber un futuro para él, que incluso lo salvara de la horca.
 Era el hechizo del casino y de su hermosa Scarlet lo que lo hacía divagar.
 -¿Usted juega?- preguntó al fin -¿Le gustaría probar suerte esta noche?-
 -Sí, suena bien ¿La ruleta?- me entusiasmé, además hacía de nuestro encuentro algo menos personal y llamativo –Vamos-
 Terminamos en el bar y nos fuimos a las ruletas, y nadie intervino al verme tan distraída con mi misterioso acompañante.
 El juego en la ruleta fue muy emocionante pero no pegamos ni una, Michael y yo nos reímos mucho, y después de algunos intentos  desistimos para no botar dinero en eso- nunca mencioné que yo sabía que muchos juegos estaban arreglados, por supuesto-
 Ya se hacía tarde y los hombres de Gilardino merodeaban por los alrededores, lo que me hizo apurarme a despedir a mi elegante admirador:
 -Le agradezco mucho la invitación, la pasé bien- sonreí.
 -Yo le agradezco que me haya aceptado, fue un honor tener la oportunidad de conocerla- me guiñó el ojo, estábamos de vuelta en el bar cuando eso.
 -Michael, bonito nombre- comenté –Muy significativo para nosotros los Católicos… Bueno, fue un placer-
 El me miró otra vez con timidez y algo más..
 -Lo mismo digo yo- y me extendió la mano la cual estreché y él me la besó –Mañana tiene show, no la retengo más-
 -Imagino que nos veremos otra vez- dije sin pensarlo.
 -Por supuesto- respondió con suavidad. No dije más nada y me marché, perdiéndome entre la alegre y bulliciosa multitud.
 Él se quedó mirándome fijamente desde el bar mientras me perdía de su vista entre las hermosas melodías de una vieja balada. 

---*---*---*---
 
 Scarlet no le dio el chance de saber más de ella, solamente que compartían un mismo pasado, el “Club 30s”. Suspiró deseando haber podido bailar con ella como lo hacían aquellas parejas en la pista de baile. Pero no podía verla más y se sintió muy solo.
 Regresaría a su apartamento a soñar con Scarlet, oyendo tal vez algún disco viejo.
 Pagó y se retiró rápidamente. La noche anterior había pasado desapercibido entre el público del show y jugadores del casino, pero ya hoy para Michael no sería igual, había ahora una gran diferencia y era que esta vez había sido el acompañante de la gran estrella y había despertado muchos murmullos y celos.
 No era conveniente para él eso, pero no se arrepentía, no todo en su vida debía ser fríamente calculado.
 Si haber conocido a Scarlet Jones le ocasionaba ir a la cárcel, él lo aceptaba con gusto.
 Ya iba casi cruzando los ornamentados portales de salida que daban a la avenida cuando Michael logra escuchar a un hombre que desde adentro decía:
 -Si este lugar está dejando entrar a negros, pues ya está perdiendo la categoría-
 Aquello lo hizo detenerse en seco y tantear con disimulo su Walther P38 que llevaba oculta bajo el blazer blanco. Si hubiese sido más joven y las circunstancias fueran distintas, él le hubiese disparado a aquel hombre por un comentario así. Pero ahora no.
 Respiró profundo y continuó, saliendo del Break O´Dawn como si nada. Estaba feliz y enamorado, el comentario no lo afectó.
 A esas horas las calles estaban tranquilas y el criminal de blanco se disponía tomar un taxi, pero al cruzar una esquina un grupo de hombres estaba reunido junto a un Ford. No era nada inusual eso y Michael no le tenía miedo a nada, así que siguió su camino.
 -Oye amigo ¿Ya pagaste los cien dólares?- le espetó uno de los hombres y Michael reconoció la voz del mismo tipo del casino. Solamente lo miró con extrañeza y siguió su camino, no sabía a qué se refería aquel borracho.
 No conforme con eso, el hombre alcanzó a Michael, quien se detuvo muy tranquilamente.
 -¿No entendiste acaso?- el hombre exigía respuesta a su absurda pregunta.
 -¿A qué se refiere usted?¿De qué habla?- preguntaba Michael con desprecio.
 -Los negros deben pagar cien dólares para poder entrar a sitios públicos con personas decentes-
 Michael bufó fastidiado, los otros hombres, que eran tres, lo rodearon.
 -Qué extraño- habló Michael sin miedo, porque aquellos cuatro hombres eran matones de Gilardino que vigilaban a Scarlet Jones y él no sabía eso –Ustedes estaban en el casino, ya veo, entonces en aquel lugar no había gente decente-
 Ante tal frialdad y cinismo los hombres se sintieron muy humillados. Estaban ante alguien que no se intimidaba como lo esperaban.
 -Aparte de negro y afeminado, tampoco sabes comportarte ante tus superiores ¡Mujercita!- el hombre estaba bastante ebrio y sus compañeros ya se disponían a atacar –Y te atreves a acercarte a Scarlet Jones, eso es imperdonable sabes, te daremos la lección entonces para que aprendas-
 Con una agilidad asombrosa, Michael sacó su pistola y le dispara al hombre en una pierna, los otros tres se alejaron asustados.
 -¡Conmigo no se juega!- los amenazó a todos, pistola en ristre.
 Los matones no se esperaban eso, solamente tenían el propósito de espantar al delicado joven de color con unos cuantos golpes, para que no se acercara a Scarlet nunca más. Eso era todo. Pero se encontraron con la sorpresa de que el delicado joven no era tan delicado, sino rudo y de mucho temple.
 Michael dejó al burlón tirado en el piso y se marchó tranquilamente.


 A las dos de la madrugada me encontraba yo en mi cama ya, pensando en Michael y en mi cálida noche en el casino. No le pedí su número de teléfono porque no era de buena educación, aunque hubiera querido; esperaría a que él me lo diera, y esperaba verlo entre el público la próxima noche.
 Mientras, lejos, en los suburbios, el amigo de blanco vio su noche mágica empañada por la maldad de la ciudad. Ahora no podía acercarse al Break O´Dawn.
 Nuevamente se había ilusionado y le habían destruido sus sueños. Apenas una segunda noche y ya no podía volver al casino a ver a su Scarlet.
 Scarlet estaba vigilada, no le permitían a nadie acercársele. Y él era el menos digno de todos. La misma historia de siempre. Él no era digno de amarla y nada se podía hacer. La rabia que sentía era enorme, quería patearlo todo, porque hubo una conexión, era posible llegar a una amistad, ella le había hablado y había aceptado acercarse a un hombre como él; sí, era posible. Incluso entrar al mundo de la música... pero la sociedad y el mundo le impedían ser feliz y lograr una vida.
 Era un crimen que él tocara a un ángel como Scarlet Jones.
 Lleno de ira y muy frustrado, Michael se quedó toda la noche despierto junto a la ventana mirando hacia la luna, que brillaba en todo lo alto.

---*---*---*---

 -¿Y quién era ese guapo forastero?- Clarissa me perseguía por toda la habitación a la hora del desayuno del día siguiente.
 -Un admirador que quería conocerme- me senté en la mesita, con hambre y esperando a que trajeran el desayuno. Ya me había cansado de huir de Clarissa.
 La chica se sentó también en la mesita conmigo, vivía tres pisos más abajo, en la 104, y había subido para desayunar conmigo.
 -No es un simple admirador, Scarlet- me dijo al fin- Tú no bajarías al casino una noche así para conocer a uno de tus tantos admiradores-
 Me quedé callada, todo el mundo se daba cuenta.
 -¿Es el hombre que esperabas?- su voz estaba realmente muy seria y notaba la tristeza en mi rostro.
 -Es especial, ya no puedo negarlo- musité y luego hice silencio, al cabo de un rato continué- Y no creo que eso me haga bien ahora-
 -¿Por qué dices eso? Te veías feliz anoche, a gusto con alguien al fin-
 -Antonio no dejará que sea feliz con alguien-
 -¿Antonio? Él no es dueño de nuestras vidas- gruñó Clarissa- Está casado y no tiene ningún derecho de impedirte nada-
 -Sabes que sí, sabes quién es él-
 -Lo sé… pero ya te lo he dicho antes ¿Por qué no te vas de aquí, Scarlet? ¿Por qué no te vas de Chicago?- volvió a decirme y era la pregunta que yo misma me hacía muchas veces.
 -¿A dónde?- solté tristemente- Y aquí soy lo que quiero ser, una artista. Tenemos este trabajo y ganamos bien… eso no lo tiene todo el mundo- vadeaba el tema –Y por un romance que siquiera sé todavía si es romance, no voy a arriesgar toda mi carrera-
 -Trabajando para un tirano, que no se te olvide, vas a seguir permitiendo entonces que él te quite tu libertad y tus derechos sólo por tu carrera ¿Eso es?-
 Mi situación era muy complicada, Clarissa no podía entenderlo. Ni yo misma lo entendía, había caído en una red que me fue envolviendo hasta ahora, el punto en que no puedo librarme.
 El camarero trajo el desayuno al fin. Interrumpí nuestra conversación para ir a abrir la puerta.
 -Hola Raimundo ¿Cómo estás?- las dos saludamos al mismo tiempo. Rutina.
 -Bien chicas, trabajando. Aquí traigo el periódico- dijo entrando a la habitación con el carrito y, cuando cerramos la puerta, Raimundo habló con más libertad -¿Ya se enteraron??-
 -¿De qué?- Clarissa se emocionó, por supuesto- ¿Qué pasó?-
 Yo indiferente, solo quería desayunar; ya me imaginaba qué noticias serían esas, las andadas de la mafia.
 -¡Anoche le dispararon a Luisito!- soltó el camarero.
 -¡No!- exclamó Clarissa.
 -¡Y eso no es todo! Scarlet- Raimundo me llamó- Esto solo lo sabemos algunos mesoneros que oímos lo que decían otros que atendieron a Luisito anoche…-
 -Luisito es un matón ¿Qué hay si le disparan?- dije yo al fin.
 -Scarlet, escucha. Creo que fue tu amigo de anoche-
 El corazón me dio un vuelco y ahora sí me olvidaba de mi desayuno.
 -¿Qué?- solté.
 -Dicen que Luisito y los otros hombres dijeron que los había atacado “aquel negro que andaba con Scarlet Jones”- continuaba el camarero.
 Me quedé perpleja y me molestó mucho que llamaran a Michael “negro”, porque no era justo ni correcto.
 -¿Pero quién dijo eso?- preguntaba yo.
 -Ya te expliqué. Los que atendieron a Luisito anoche de su herida, dicen que Luisito y sus hombres dijeron eso- Raimundo tomó aire –Y no lo volvieron a repetir-
 -Y tú tampoco lo vas a repetir No hables de esto con nadie Raimundo- le advertí al camarero- Hiciste bien en decírmelo, pero no lo repitas a otros-
 -No, ni loco. Aquí en esta ciudad pasan unas cosas ¡Yo no me meto con nada de eso!- dijo el pobre hombre, luego se despidió, yo le agradecí por todo y se fue.
 Clarissa y yo nos quedamos con el corazón en la boca.
 -¿Tú crees que fue él?- habló Clarissa.
 -¿Por qué habría de ser mentira? Pero yo solo sé lo que pasó- decía sin probar aún bocado -¡Te lo dije! Esos matones estaban molestando a Michael, insultándolo, y solo porque estaba conmigo en el casino-
 -Sí, ok, pero que hay de eso de que tu “amigo de blanco” andaba armado anoche, querida- me dijo señalando las tarjeticas doradas que tenía sobre la mesa -¿No le viste ninguna pistola?-
 -Con ese traje, de llevar algo lo llevaba debajo del blazer ¿Cómo iba yo a verle algo?- me empecé a morder las uñas.
 Yo no podía creer eso de Michael, me sentí decepcionada, sin embargo algo dentro de mí me decía que lo sospechaba.
 El desayuno seguía en el carrito hasta que al fin decidimos tomarlo.
 No podía dejar de pensar en Michael, y cada vez creía que lo que habían oído los mesoneros era verdad. Michael había estado armado, como tantos otros hombres en esta ciudad. Caí en cuenta entonces y aún sin conocerlo bien, de que Michael era un gangster.
 ¿Para quién trabajaba? Me pregunté, y mis únicas conclusiones daban con los Santino. ¿O tal vez no trabajaba precisamente en Chicago?
 No hablamos mucho más y al fin Clarissa se fue, y yo me quedé en mi segura soledad.
 Mis sentimientos eran contradictorios, no debería estar entusiasmada por haber conocido a Michael. Debería estar molesta, porque no era más que otro gangster.
 Pero es que yo también era una gangster, yo lo era. No podía decir que era muy diferente a él. Era el hombre para mí, aunque me negara.
 Sin embargo no quería empezar a fantasear otra vez sin tener bases, la idea de que Michael fuera un gangster había terminado con fascinarme más, me sentía más atraída a él, cuando debía ser todo lo contrario.
 Ya no tenía dudas, ese traicionero sentimiento había llegado a mi vida por primera vez. Y era lo último que deseaba, sin embargo las palabras que me había dicho Clarissa antes de irse, no se me olvidaban: “Que suerte tienes Scarlet, que te esté llegando un sentimiento verdadero. Muy pocas personas en el mundo tiene la dicha de conocer el amor verdadero”.
 Tiré la servilleta sobre el carrito del desayuno. Ahora Michael no vendría a verme más, los matones de Gilardino no lo dejarían, me están truncando la posibilidad de tener a alguien especial, a alguien más aparte de mis músicos, bailarinas o empleados del hotel, la única gente con quien tenía amistad; pero yo necesitaba alguien más con quien compartir mi vida.
 Noté el periódico de hoy sobre el carrito y fastidiada lo tomé para ver si algún chisme sobre mí y lo de anoche ya había salido o si algún interesante review de mis shows me distraía de mis tormentos.
 “La violencia en Chicago se desborda”, era el titular, para variar. Seguí ojeando el periódico tal vez guiada por alguna fuerza invisible, porque en verdad no tenía interés en ver más sobre asesinatos y corrupción, entonces encontré el nombre de McCluskey en uno de los artículos, lo que me hizo detener y leerme el aludido:
 “Ian McCluskey, detective del departamento de policía de Chicago, declaró esta mañana que el agresor del prestigioso inversionista Luis Romanos…” aquí una risa de hiena detuvo mi lectura, porque eso de llamar a Luisito “prestigioso inversionista” era lo más chistoso que habían visto en mucho tiempo. Bueno, proseguí: “…podría tratarse del mismo sospechoso que anda detrás de las muertes de dos importantes empresarios ocurridas durante esta semana. Se maneja la teoría de un solo asesino…”
 Cerré el periódico debido a un frío vacío en mi estómago. No estaba tan loca después de todo aquel día de mi entrevista con McCluskey, cuando divagaba con la idea de que mi amigo de blanco podría ser el mismo asesino sin rostro que buscaba la policía. Ahora estaba casi segura que era demasiada la coincidencia, y que sí lo era.
 Lo había presentido, Michael no solo era un gangster, sino también el hombre que mató a John Guetto y a “El Sucio” Santino. Esas cosas se las gritaba a uno la intuición, sacadas quien sabe de dónde, y a la final resultaban ciertas.
 Estaba realmente impactada. El periódico al fin terminó tirado a un lado del desayuno, y yo, con el rostro inexpresivo y mirando a la pared. Ante todos esos titulares sobre violencia y aquella revelación, solo pensé que ya habían pasado cinco años y era hora de actuar.
 Corrían las once y quince cuando ya vestida salí de mi habitación con la fortuna de que Antonio había salido todo el fin de semana a Seattle, así que por ese lado estaba más tranquila. El portero me llamó un chofer privado el cual me llevaría a hacer “algunas compras en la mueblería”, la misma esquina de ayer Viernes por la mañana. El chofer me recogería en media hora o más, porque yo no escatimaba tiempo en mis banalidades. Todos se creían eso, que divertido.
 Así nuevamente iba yo a la cabina telefónica, no sin antes llenarme de compras para aparentar que no era más que una chica gastando dinero en fruslerías.
 -No estoy segura, Simon- hablaba dentro de la cabina en voz muy baja –Pero es lo que dicen. Michael está detrás de todo eso, es el sospechoso de la policía también, aunque nadie sabe quién es, todavía… solo yo sé esto-
 -Y eso es muy peligroso- refunfuñaba Simon al otro lado de la línea- Ahora es muy probable que vayan a interrogarte otra vez, Scarlet, la policía y los otros también-
 -No, no creo que esto lo sepan ellos. Esos matones no van a hablar con la policía acerca de Michael. Esa información es exclusiva para Antonio, y por eso es que te llamo- se notaba un dejo de angustia en mí –Antonio vendrá por mí cuando se entere, Simon, llega el Lunes y vendrá directo a interrogarme sobre Michael, lo que llevará a más preguntas ¿Qué hago?-
 -Si, ese Michael sí que llegó para complicar las cosas- Simon sonó celoso –Y así no podrás seguir ocultándole cosas-
 -Podría fingir que él es sólo un fanático que…- sonaba como otra triste excusa.
 -¿Vas a seguir jugando?- me regañó Simon- …como si Antonio fuera un niño. Ahora hay que actuar sin tener la seguridad- hizo una pausa como buscando también algún plan- Creo que lo primero es hablar con McCluskey-
 -¿El detective?- yo miraba recelosa a la gente que pasaba por la calle, como si todos supieran lo que yo estaba hablando dentro de la cabina.
 -Si está investigando este asunto, es el indicado. Para desenmascarar a estos tipos, hay que hacerlo con él-
 -No puedo quebrantar la Omerta, Simon, me matarán ¿Cómo le hago saber de los crímenes de Frank Santino y de Antonio?-
 Simon suspiró, lo oí a través del auricular, estábamos en una situación difícil.
 -No sé, Scarlet, esto hay que pensarlo. Mira, yo te enviaré una nota a tu habitación acerca de lo que haremos. Debemos cortar- dijo la voz por el auricular.
 -Adiós Simon- dije al fin con tristeza. La verdad es que ahora no quería regresar al hotel.
 Pero no era momento de echarse para atrás, me abrigué bien y salí de la cabina de teléfono quedándome parada en medio de la acera viendo a la gente pasar. ¿Cuánta gente más moriría por no poder detener a estos mafiosos? Me sentí inútil y cobarde, muy cobarde ¿Por qué tanta gente, que era importante para alguien más, moría mientras yo, que no tenía a nadie, seguía viva?
 Caminé sin darme cuenta hacia la mueblería pensando que yo sí tenía una misión en este mundo, y era detener a esos bastardos impunes. Entonces mi visión se aclaró y le encontré un sentido a mi existencia.
 No supe cuánto tiempo estuve viendo muebles, lámparas, telas y adornos mientras vagaba sin rumbo por la mueblería, el chofer me encontró y volviendo en mí supe que ya era hora de regresar al hotel.
 Esperaría el mensaje de Simon, algo planearíamos, o tal vez yo quebrantaría la Omerta arriesgando mi vida, no lo sabía.


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