sábado, 15 de enero de 2011

Capítulo VII

 -Entonces ¿Puedo contar con ustedes?-
 El hombre sentado frente a ella, al cual, por cierto, conocían como “El Martillo”, le sonrió con un gesto afirmativo.
 -Tiene que parecer un accidente, mi marido no debe encontrar ningún tipo de pruebas-
 -No se preocupe señora, ya conoce mi trabajo, y mis hombres son los mejores y los más discretos- habló el hombre con una voz ronca y tenía los dientes amarillos.
 -Muy bien, y esto es entre usted y yo, solamente- concluyó ella y al hombre le pareció que le coqueteaba- Yo le aviso cuando-
 Annie era deslumbrantemente hermosa y ese día iba vestida de negro, como era su costumbre, un atrevido vestido negro corto y descotado que destacaba sobre su delicada piel blanca. Y aquellos cabellos rubios enloquecían a los hombres, pero ninguno se atrevía siquiera a mirar a Annie Gilardino. Ella era la jefa y con tan solo una palabra, los podía hacer desaparecer.
 Esa mañana había visto a Scarlet Jones salir del hotel a hacer unas compras, pero Scarlet no la vio a ella sentada en esos los sofás del lobby, y muy bien acompañada. Hacía tiempo que sabía que su marido estaba obsesionado con aquella cantante, pero Annie nunca lo tomó en serio hasta hace unos meses, cuando la obsesión de su marido parecía llegar al límite; y ahora le preocupaba que se divorciara de ella para buscar casarse con aquella mosca muerta.
 A Annie no le importaba nada si su marido la quería o no, ella se casó con él – después de deshacerse de la primera esposa- para tener el poder que tenía ahora, y no lo iba a perder por una rata de cabaret como aquella Scarlet Jones.
 Había planeado ya deshacerse de ella, y para eso había contactado al Martillo. Y no importaba si Scarlet moría o no -la muerte no era lo peor- lo importante era desfigurarla, mutilarla, para que de Scarlet no quedara sino un monstruo.
 La mujer soltó una sonora carcajada y no le importó estar en medio del lujoso lobby lleno de gente.
 Si ya ella tenía mala fama en los bajos fondos, después de lo que le haría a Scarlet Jones hasta el mismo diablo le tendría miedo y así ninguna mujercita se acercaría nunca más a su marido.
 Su precioso marido no tendría cómo serle infiel. Ésa era la solución para aquel problemita de la infidelidad.
 Sería algo horrible, tan horrible que no se podría ni describir.

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 -¿Señorita Jones?- un pequeño niño me detuvo en mi camino hacia la entrada del hotel. Muy dulcemente me entregó una rosa…que tenía una pequeña tarjeta dorada.
 El niño se perdió en la calle.
 Mis sentimientos fueron encontrados, él volvía a contactarme y eso me emocionaba como a una adolescente enamorada, pero ahora una vocecilla en mi interior me gritaba “asesino”, “gangster”, “acechador” cada que pensaba en Michael. Pero sin duda era un hombre muy hábil, había logrado lo que otros no habían hecho antes y eso no me disgustaba; y lo dije desde el primer momento en que supe de esas muertes: Que era bueno que alguien al fin mató a estos malditos bastardos.
 Entonces recordé de repente lo que buscaba ayer ¿Era Michael el asesino perfecto?. Los pensamientos se me complicaban más y más.
 Atormentada fingí que estaba contenta por la rosa del pequeño admirador y, con la excusa de cansancio y calor,  me retiré a mi habitación cargando con los paquetes de las compras, entre los cuales estaba escondida la rosa y la tarjeta.
 Ya era tarde y mi tiempo era poco, y afortunadamente me habían llegado más cartas de admiradores, porque eso disfrazarían muy bien la entrega de la rosa y la tarjeta por parte de Michael a través de aquel pequeño niño.
 Nadie pensó que lo del niño era raro, porque no era inusual; de hecho Simon solía hacerme llegar mensajes en clave por medios parecidos y que me llegaban a través de la correspondencia que Raúl se encargaba de repartir.
 Una vez que llegué a mi habitación, mi santuario, me senté a leer la tarjeta sin perder tiempo en cuanto cerré la puerta:
 “Hermosa Scarlet. No podré ir a verte esta noche. Espero puedas perdonar mi brevedad.
Pero deseo que podamos seguir en contacto, 5:30 pm, “Le Bleu Route”, hoy.
M. Tu amigo de blanco”
 Dejé caer mi rostro entre las manos, porque no sabía qué hacer, mi mente y mi corazón estaban divididos. Hoy a las cinco y media en el café de la esquina. Era una locura, pero eso significaba mucho para mí porque él todavía quería verme a pesar de lo de anoche, a pesar del enorme riesgo que significaba. 
 Cualquier hombre con intensiones superfluas se hubiera olvidado de mí ya.
 El “Bleu Route” era una buena opción, yo a veces iba allí por las tardes, le pediría a Clarissa que me cubriera, vendría conmigo a la cita para disimular.
 Lo había decidido, que debía ver a Michael porque quería aclarar las cosas ya, de una vez por todas.

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 El club “Flamingo” no era tan importante como el Break O´Dawn, pero se encontraba entre los más lujosos de Chicago. Restaurant-bar que de noche era una glamoroso night club, pero que ocultaba un más oscuro propósito.
 Frank Santino se paseaba como un pavo real vigilando su negocio aquella tibia tarde de Sábado, acompañado siempre por su pistola, como todos los hombres “importantes” de Chicago. No era difícil conseguir licencia para porte de armas, como era de esperarse, así que todos ellos andaban “legal”.
 Muy feliz y muy orgulloso sonreía a la concurrencia sentada en finas y adornadas mesas a la tenue luz de una iluminación muy medieval, hasta que distinguió a alguien que le borró la sonrisa de los labios. A veces los hijos de Gilardino se pasaban por su club con sus chicas, pero esta vez era la policía. La policía merodeaba su local.
 -McCluskey- Frank Santino fue a atender al visitante con mucha cortesía- ¿Qué puedo hacer por usted?-
 Entonces vio que no venía solo, el teniente Thompson estaba no muy lejos. Frank lo miró con desprecio.
 -Ya debe imaginárselo, su hermano fue asesinado hace tres días y la familia no se ha presentado siquiera en la comisaría- el detective se recostó de un arco distraídamente.
 -Es un asunto delicado y personal y a la familia no le gusta tratar estos temas en público. Si me hace el favor- Frank, con un ademán, lo invitó a una parte más privada del local, la barra, que de noche tenía mucha actividad pero que de día era solitaria.
 -Entiendo sobre sus tradiciones, pero es importante dar con el culpable. La policía es la que tiene el deber de encargarse de estas cosas, nadie más ¿Lo ve, sr Santino?-
 Los dos hombres se habían sentado en el bar y ahora un mesonero los atendía exclusivamente. Ya en la privacidad, ambos podían hablar más directamente. El detective, y la policía honesta estaban hartos de ese bajo mundo actuando siempre bajo sus propias leyes, estaban hartos de esos mafiosos, que todo el mundo sabía lo que eran pero que nada se podía probar.
 -Mi hermano no tenía enemigos, era un hombre honesto ¿Qué más le puedo decir? No tenemos nada que atestiguar, ni yo ni mi familia- Frank mentía tranquilamente como si la costumbre le pulsara un botón que decía “Para librarse de la policía” y aquello lo hiciera hablar automáticamente.
 McCluskey sabía que el individuo era un hueso duro de roer.
 En eso, un hombre vestido de negro se apareció por un rincón para vigilar toda la barra.
 -Además, amigo Ian, déjeme decirle algo. Aquí es más peligroso acudir a la policía, si uno va a denunciar algo, ya sabe- Frank tomó un buen trago de su bebida, McCluskey en cambio solo había pedido un café que apenas tocaba- No creo que hayan muchos dispuestos a ayudarle en su investigación. Créame, y tome esto como un consejo. Además…- Frank le clavó sus verdes ojos encima- Todo esto lo debe saber usted tan bien como yo-


 Ambos hombres se miraban fijamente mientras Thompson husmeaba el local y el hombre de negro los vigilaba a todos. La música de una lúgubre rocola era la que rompía el silencio.
 -Y yo le sugiero que si saben algo me lo digan, porque ayudarme sería para su propio bien- atajó McCluskey al fin- El próximo podría ser usted, amigo. Y yo no hablo de tener amigotes, contactos, abogados, gente metida en los bolsillos que los ayuden y los salven, estoy hablando de que hay cosas de las que no pueden salvarse aún y con todo eso- el detective terminó su café de un sorbo, nada lograría sacarle al hombre por ahora, así que lo dejó así- Y usted debe saber a qué me refiero, mucho mejor que yo-
 Frank Santino se sintió incómodo, porque las palabras de McCluskey lo asustaron: Era verdad lo que decía, y la policía no era lo que lo asustaba, era el que mató a su hermano Joseph. Aunque a él no le importaba para nada que hubieran asesinado a su hermano, sí le importaba el hecho en sí de que habían logrado hacerlo, y luego, escaparse impunemente.
 Eso lo asustaba, pues había un sicario suelto, del que nadie tenía idea, y tal como decía el detective, cualquiera podía ser el próximo.
 Finalmente el detective ya se iba y Thompson también, pero antes de hacerlo, los dos son  interceptados por el hombre de negro. Por un momento pusieron las manos sobre sus pistolas, pero pensaron que todo no era más que pura intimidación por parte de los matones de Santino. Sin embargo algo en la expresión de aquel hombre de negro le hizo pensar a McCluskey que  quería decirles algo.
 Muy extrañados los policías solamente lo esquivaron y se fueron.
 Enseguida Frank alcanza al hombre de negro y le pregunta:
 -¿Te dijo algo el detective, Simon?-
 Simon Pileo negó con la cabeza y continuó con su labor de vigilancia.
 Afuera los dos policías se dirigían al coche:
 -Ninguna evidencia Thompson?-
 El teniente negó con la cabeza.
 -Será difícil encontrar la evidencia de los negocios sucios de este lugar. Solo con eso los encarcelaríamos- suspiraba McCluskey observando ya a lo lejos el rutilante letrero que anunciaba “Flamingo night club”, y que de noche presentaba el lugar como un paraíso elegante y encantador, mientras Thompson entraba al coche –Y necesitamos que una chica hable, Thompson, y yo me pregunto si encontraremos a una delatora viva algún día-
 McCluskey se refería al prostíbulo secreto que era el “Flamingo”, y al hecho de que muchas de sus chicas aparecían muertas por ahí; estaba seguro que los Santino eran responsables de aquellas muertes, pero por supuesto, no habían pruebas ni testimonios.



---*---*---*---

 ¿Qué era lo que hacía que dos personas decidieran al fin cruzar sus propios límites y arriesgarse como nunca antes lo habían hecho? La posibilidad de ser feliz.
 El criminal de blanco no durmió en toda la noche recordando su infancia. Su padre tuvo la oportunidad de comprar un pequeño club del este de Chicago -lo que era un privilegio que no muchas personas de color tenían en aquellos años- para mudarse de su natal Georgia y así aprovechar la oportunidad de huir de la Mano Negra que extorsionaba a su padre y a su familia injustamente desde hacia mucho tiempo atrás.
 Cuando él tenía siete años entonces se mudan a Chicago para empezar una nueva vida, escapar del capo Magreaves- a quien él mató años después- y trabajar en el recién adquirido “Club 30´s”. Allí aprendió a cantar y bailar - aquello se convirtió en su pasión- y también recordó que había una cantante que oían muchas veces en presentaciones nocturnas…
 Pero Michael no recordaba más, sin embargo lloraba frente a la ventana ante aquellos recuerdos. Él era muy pequeño para entender qué pasaba en el “Club 30´s”, pero sí sabía que habían unos tipos que visitaban a su padre constantemente - entre ellos estaba John Guetto- y que reclamaban derechos sobre el club o algo así. Eran muy racistas, eso si recordaba, y decían que su familia no tenía derecho de poseer aquel club que estaba dando bastante dinero. Michael bufó, todo era por el dinero, a ninguno de ellos les importaba el club cuando no daba nada.
 Entonces después de un corto tiempo, llegó aquel nefasto día en que encerrado en su habitación- la familia vivía en el segundo piso de arriba del club- oye una gran algarabía, disparos y gritos que venía del local. Luego se aparece en su cuarto un anciano que trabajaba para su padre diciéndole, con voz alarmante, que debía esconderse, que algo terrible le había pasado a su familia. Michael apenas tenía once años cuando unos hombres, que ya conocía, irrumpieron en el club a tempranas horas de la tarde, cuando su madre arreglaba las mesas acompañada por su pequeña hermana, y su padre sacaba cuentas en la caja, y abrieron fuego con despiadadas ametralladoras Thompson, dejando el local con nada más que cuerpos cosidos a balazos en un piso cubierto por sangre y balas.
 El olor a humo y cartuchos quemados lo acompañarán por el resto de su vida.
 Él era el legítimo heredero del club, ahora huérfano no pudo sobrevivir allí, lo echaron a la calle aquellos que se adueñaron del local cuando tenía trece años, y así tuvo que escapar. Escapó al mundo de las calles en Georgia, porque lo matarían si se quedaba en Chicago, y allá lo esperaba Magreaves…
 No sabía en aquel entonces quiénes le habían robado el local a su padre, porque entre el grupo de pistoleros estaban John Guetto, Joe Santino y otros que pertenecían a bandas diferentes. Luego se enteró que el club terminó en manos de la familia Santino, no supo cómo, pero de seguro que con mucha sangre… y balas.
 Era la historia que atormentaba a Michael ahora adulto, pero su encuentro con su amada Scarlet lo hizo olvidar por completo su pena y además lo conectó de una buena manera con su pasado y su infancia. Con ella la vida se veía diferente.
 Por eso estaba él allí ahora, bajo la lluvia y a pocos pasos del “Le Bleu Route”, de la zona de donde lo habían echado anoche. No le importaba.

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 Y yo, no muy lejos de él, esperaba ansiosa a Clarissa detrás de una columna en el lobby del hotel, ya lista para salir.
 -Hola- Raúl me pegó un susto, apareciéndose por detrás de mí –No te preocupes tanto, Scarlet, yo te cubro. Diré a todos que tú y Clarissa salieron a merendar y que ya regresan. Si Luisito y su pandilla se aparecen, que no lo creo chica, anoche los dejaron “out”, yo los distraigo ¿Eh?-
 Le sonreí agradecida, Clarissa venía ya del ascensor y las dos muy relajadas y alegres salimos a la húmeda calle.
 Aquel encuentro no sería una merienda alegre, estaba dispuesta a aclararle las cosas a Michael, y no dejaría que mis sentimientos me volvieran a cegar.
 El día, que había estado tibio y soleado hasta hace poco, se puso gris, como si el clima presintiera los acontecimientos que se acercaban.
 Cuando llegamos al “Le Bleu Route” Clarissa se quedó apartada mientras yo me dirigía hacia el solitario caballero sentado en la mesa del fondo.
 -Hola- Michael se levantó de su silla por cortesía y me saludó entre nervioso y emocionado. Me apartó una silla a mí para que me sentara.
 -Hola- le respondí yo muy seriamente, él notó mis intensiones. Me era sumamente difícil esa conversación, pero ya era demasiado el riesgo. Tenía que hablarle –No sé si sabrás por qué no vine sola-
 Él bajó la cabeza y asintió. El café estaba poco concurrido y un hálito de tristeza de apoderó del ambiente.
 -No podemos vernos más, Michael- solté yo, no sin dejar de sentir que estaba siendo injusta con él, después de todo, nunca tuve ninguna evidencia de que él era el criminal del que tanto hablábamos. Esperaba que Michael se ofendiera y me pidiera explicaciones.
 -Lo sé, Scarlet- musitó con su fina voz, ahora prestándole mucha atención a su taza de chocolate caliente- Yo no puedo acercarme más por aquí. No puedo acercarme a ti… Pero quiero decirte que para mí significa mucho que tú hayas aceptado todas mis invitaciones- hablaba evasivo, porque le dolía- No esperé nunca que me aceptaras así-
 Yo ya no tenía palabras que decirle, y no quería que supiera siquiera que yo sentía algo por él.
 -Es lo que quisiera saber, Michael ¿Por qué regresas? ¿Por qué me buscas?- ya no quería más misterios, debía hablarme o no podría seguir esa conversación- ¿Quién eres??-
 -Yo no puedo decirte quién soy- sentenció él  y su sombrero le cubrió el rostro por completo.
 Y eso fue lo que corroboró todas las sospechas y suposiciones, Michael siempre fue el hombre que pensaba que era. Es un gangster, es un criminal.
 -¿Qué quieres conmigo?- quería llorar pero pude controlar mis emociones. Aunque debía estar asustada yo no consideraba a Michael un hombre malo. Él estaba muy perturbado, buscaba las palabras para responderme. Yo proseguí -¿Qué pasó anoche? Esos hombres…-
 -Lo sabes- él no me engañaría,  no me trataría como a una tonta –Sabes que te tienen vigilada, Scarlet, y que anoche trataron de atacarme porque estuvimos juntos en el casino, y sabes que yo…-
 -Entonces ¿Por qué me buscas?- hablé con firmeza –Esto no es un juego, ya vistes que no puede ser un juego, que yo no puedo tener amigos…- mi voz sonaba increíblemente calmada, para él mis palabras eran dagas- Así que lo de anoche solo fue una ilusión, Michael, ya no puede ser más-
 Lo puse entre la espada y la pared, porque yo estaba harta de los sinvergüenzas y a los hombres no les permitía jueguitos, me tenían que hablar con la verdad.
 Clarissa se paseaba nerviosamente por toda la entrada del café, tal vez inquieta por algo que veía afuera. No nos importaba, a ninguno de los dos, nada de lo que ocurriera a nuestro alrededor nos importaba. Y se acortaba el tiempo.
 -¿Entiendes que ahora podrías causarme miedo? Eres un gangster, Michael- le dije sin poder callarme ya, aunque a mí me doliera aquello también –Me asustas así ¿Por qué me sigues buscando??-
 Él sabía muy bien que era un criminal, escoria, y sabía que la gente le tenía miedo por eso y nunca le importó, pero oírlo de Scarlet le causó un dolor indescriptible. Pero Michael estaba allí por una razón y ya no tendría más oportunidades. Su vida era incierta y errante, tenía que decirlo ahora o nunca más:
 -Porque te amo- lo dijo, torpemente pero lo dijo –No quiero hacerte daño, nunca lo haría Scarlet, nunca. Y nunca debes tener miedo de mí… pero sí de todos los que te rodean-
 No dijo más nada, Michael se paró de la mesa y se fue dejándome sin palabras.
 Tal vez se fue porque tenía lágrimas en los ojos al igual que yo, nunca lo sabré.
 Miré a Clarissa completamente aturdida, luego no me quedó más que terminar con los ojos puestos en su taza de chocolate aún caliente.
 Cuando Michael llegó a la esquina de la calle, no pudo evitar voltear hacia el café, y sorpresivamente se encontró allí en frente a Clarissa, quien rápidamente le dice: “Ella también te ama” y se vuelve otra vez para regresar al café.
 Aún con los ojos aguados, él sonrió.



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