sábado, 15 de enero de 2011

Capítulo VIII

 A las diez en punto de aquel triste Sábado, Scarlet Jones estuvo sobre el escenario en lo que sería su último recital en el casino del Break O´Dawn. Así concluyó aquel día.
 Tanto Scarlet como Michael cometieron muchos errores en su encuentro en el café, porque ambos tenían cosas importantes que decirse y no lo hicieron.

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 Yo no supe más de Clarissa ni de Raúl desde entonces. Lo supe al día siguiente cuando casi daban las ocho de la noche y yo me encontraba sola en mi camerino después de una tarde y un día de remordimientos y de confusión, sin saber qué iba a hacer ahora que faltaba un día para el regreso de Antonio. No debía estar allí, quería irme antes de eso, pero no podía hacerlo.
 Simon al fin nunca me escribió nada, estaba desconectada de todo y había cortado con Michael sin decirle todas las cosas que iba a decirle, y ahora él no volvería. La amarillenta luz de la lámpara iluminaba parte de mi demacrado rostro, y tenía el maquillaje corrido debido a las lágrimas. Afuera estaba todo solo y tenebroso porque esa noche yo no tenía presentación y toda la orquesta estaba afuera sobre el escenario, desde las siete hasta las doce de la noche.
 Durante todo el Domingo no supe qué noticias habían, qué andaba haciendo la policía, si Michael estaría libre de ellos -porque me preocupaba por él, me preocupaba saber qué había pasado después de que yo le dije que no me buscara más…-
 ¿Y yo iba a seguir allí? ¿Hasta cuando podría hacerlo? “Cinco años, cinco años” me repetía mi mente, y cada vez que lo hacía yo daba un puñetazo al tocador. Simon me mantenía allí, porque las condiciones no se habían dado y porque ahora podía ser peligroso marcharse, porque no podíamos hacerlo y todo complicado aún más ¿Y para quién trabajaba Michael? ¿Hubiera podido él ayudarnos?
 Un golpe en la puerta me sobresaltó de tal manera que boté algunas cosas de mi tocador al suelo. Fui a abrir la puerta porque estaba segura que era Raúl.
 Pero un grito salió de mi garganta de la sorpresa que me llevé… y del susto.
 -Que pasa, primor, pareciera que viste un fantasma- Antonio estaba completamente solo e inmerso en la oscuridad allá afuera cuando abrí la puerta. Entró inmediatamente y sin permiso ante mi perplejidad y cerró la puerta del camerino.
 Yo me preguntaba por qué estaba solo. Ese hecho me llenó de un profundo terror, además ¿Qué hacía allí??.
 Balbuceé apenas algo porque no podía hablar del impacto. Ante esto él me miraba divertido, como si yo fuera un mono tratando de hacer algún truco.
 -Creí…bueno, que llegabas…- pronuncié.
 -¡Ah si! Llegué hoy en la mañana ¿Qué te parece?- habló con burla agresiva.
 Ahora sí estaba asustada, nosotros dos estábamos solos allí abajo y no tendríamos ningún tipo de interrupción y nadie me oiría.
 -Resulta ser que tuve que adelantar mi viaje…- él continuó sin dejarme responder –porque un pajarito me contó que aquí estaban pasando algunas cositas que no deberían pasar-
 Noté en eso que llevaba una caja, como de zapatos, bajo su brazo. Sonreí muy forzadamente y le respondí:
 -No sé qué cosas serán esas. Yo la verdad no he visto nada…-
 -Tú nunca ves nada, amor- se burló –Me pregunto si no andarás malita de la vista o algo-
 No podía seguir jugando y eso ya era un hecho, Antonio se interponían entre yo y la puerta, ahora notaba él que mi maquillaje estaba corrido, sabía lo que pasaba. Luego y con un gesto me dio a entender que la caja era un regalo para mí.
 No me quedaba de otra que aceptar su regalo así que tomé la caja.
 -Estás pálida, querida- siseó como una serpiente.
 -Es que no me siento bien, creo que debo irme a mi habitación- dije sin miedo y me dispuse acercarme a la puerta. Él agarró con fuerza mi brazo:
 -Mi regalo te ayudará a mejorar esa eterna enfermedad tuya, preciosa- y era tan fría su voz que me pareció que me congelaba el rostro.
 Yo no quería abrir esa caja, no quería, y Antonio se estaba burlando de mí, yo era un insecto para él. No me permití llorar, aunque no podía negar que me estaba derrotando. Pero eso me dio mucha rabia y esa rabia me hizo enfrentarlo con valor y así abrí la caja sin intimidaciones.
 Una arcada casi me hace vomitar a pesar de la fortaleza que había adquirido, tuve que tirar la caja al suelo horrorizada, el camerino me daba vueltas y me sentí mareada. La sangre se espació por todo el piso.
 -Clarissa y Raúl duermen con los peces, preciosa- dijo él sin soltarme el brazo y ante mí ningún demonio, ningún monstruo era más aterrador que el simple ser humano que estaba al frente y que era Antonio – Mi hijo Rocco hace bien su trabajo, antes de eso, ellos dos confesaron, querida Scarlet. Me confirmaron lo que los pajaritos me habían contado, lo de tu novio el negro-
 -¿QUÉ DERECHO TIENES DE ARREBATARLE LA VIDA A LAS PERSONAS, MONSTRUO??- perdí el control y Antonio me cruzó la cara de una bofetada, pero no me detuve –¡¡NO TIENES NINGÚN DERECHO!! NINGUNO. ¡TU NO ERES NADIE!!-
 -¡Tengo todo el derecho, y contigo hago lo que me de la gana!- me lanzó contra la pared sin soltarme el brazo, era una muñeca para él, un objeto. Y ahora me veía como un mujercita histérica que lloraría y que rompería cosas- Mujercita- chirrió con desprecio -¡Tú! Te atreves a rechazarme pero te acuestas con un negro cualquiera ¡Ramera!- y volvió a abofetearme.
 -¡Clarissa! ¡Raúl!...- lloraba yo - ¡Maldito! ¡Tú no eres nadie!- pero no tenía miedo porque mi ira era enorme, y no me dolían sus bofetadas -¡¿QUE LA VIDA NO VALE NADA PARA TI?!-
 -Cállate mujercita enclenque- se burló, una y otra vez porque mi dolor y mis gritos eran un chiste –Y te advierto que tú eres mía ¡Mía! Y contigo hago lo que me venga en gana ¿Entiendes? Porque yo soy tu dueño, Scarlet, tú no tienes vida sin mí ¡YO SOY TU DUEÑO!- y su rostro adquirió la expresión de un loco –Cuando yo quiera te asesino como a esos dos sucios cómplices tuyos ¿O es que creíste que yo nunca me daba cuenta de tus secreteos a través de esas cartas que te traía el estúpido ese?- y me obligó a ver los restos de carne ensangrentada esparcidos por el suelo.
 Yo estaba desesperada porque aquel hombre me haría algo muy malo, pero en mi tocador habían frascos de perfume y en ellos vi mi única salvación. El más fino y costoso de todos, regalo del mismo Antonio, venía en un frasco de fino cristal que de golpearse se quebraría con facilidad. Rápidamente lo agarré y con una fuerza inusitada estrellé el frasco contra el rostro de Antonio. El impacto fue muy fuerte y el vidrio me cortó la mano derecha, pero el líquido bañó los ojos de Antonio
 La sorpresa, el perfume y el vidrio cegaron a Antonio Gilardino.
 Con mi mano izquierda abrí la puerta del camerino y no supe cómo logré salir de allí, escapando a trompicones de ese espantoso lugar que era el Break O´Dawn. No había castillos embrujados ni mansiones malditas más terribles que aquel edificio lleno de lujos, obras de arte, finas alfombras y muebles, columnas ornamentadas, joyas y dinero.

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 Mis tacones sonaban en la acera y todo el mundo me miraba con espanto, mi rostro era una máscara semi cubierta por una raída bufanda, mi mano estaba herida y mi costoso vestido estaba salpicado de sangre. Y yo no sabía a dónde iría, ni qué haría. Muy pronto los matones de Antonio vendrían tras de mí.
 Había dejado todo en el hotel, estaba sin dinero y sin documentos.
 Oh, la pobre Clarissa, pobre chica, conocía su triste historia y ahora por mi culpa había terminado en manos brutales. Y Raúl, era inocente de todo. Por mi culpa, todo fue mi culpa, y ese monstruo seguía vivo por mi culpa.
 Nunca me perdonaría lo cobarde que fui, ahora ya era muy tarde, solo por salvarme a mi había sacrificado a mucha gente.
 Corrí y corrí como una desquiciada, yo, la estrella de los vestidos de seda y lentejuelas, ahora era una mendiga más en las calles de Chicago. Cuando encontré un callejón solitario, me eché tras unos cubos de basura a llorar, no me importaba nada más.

 Pasaron dos horas o más, no lo sé, y yo seguía acurrucada detrás de los cubos de basura. Mi mente al fin parecía trabajar otra vez ¿A dónde iría? Sólo tenía una opción.
 Salí de mi escondite con mucha cautela, buscaría un teléfono público y haría una llamada de cobro a destino. Él era el único a quien podía acudir ahora.

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 El criminal de blanco no sabía nada, se imaginaba la Scarlet con su amiga Clarissa pasando la noche en el restaurant del hotel como si nada. Ella no arriesgaría su carrera ni su posición por un sicario don nadie como él. Porque ahora que ella se lo había restregado en la cara, él estaba más que decidido a terminar su misión y en eso se enfocaría ahora. Porque él era un criminal, y el ser feliz con la mujer que amaba era sólo una ilusión como ella misma se lo dijo.
 El próximo en su lista era un Italianucho, que si bien no estuvo presente en el asesinato de su familia, era un cómplice de los Santino, y de los Gilardino también, y como tal lo pagaría. Era un individuo de poca monta, traicionero, y le resultaría un excelente informante- mejor que su querida Scarlet, porque al menos a él sí lo podía matar- así que era el próximo.
 A ese Simon Pileo, Michael le sacaría información valiosa, así fuera a los golpes, y luego lo mataría.
 Él ya no tenía razón para detenerse, su dolor e infelicidad los canalizaría con su venganza.
 Tenía su dirección y sabía que vivía solo ya que la gente se vendía fácilmente, una chica del Flamingo se la dio, y esa misma noche iría allá a su casa, cuando faltara poco para que el sol saliera.
 Era ya la recta final y había que correrla sin marcha atrás.



 Del incidente en el camerino de Scarlet Jones no se supo nada, ni de las muertes de Raúl y Clarissa. Antonio perdió un ojo pero no le dijo a nadie que había sido una chica quien lo había vencido y humillado. Solamente su hijo Rocco sabría eso, y tendría la importante tarea de darle caza y matar a Scarlet.
 Nada se publicó en los diarios, solamente la salida de la artista del Break O´Dawn, y para eso Antonio usó toda su creatividad. La destruiría por completo inventándose las más sucias mentiras.
 Solamente sería el detective McCluskey quien no se creería aquella sarta de mentiras, y encontraría en todo aquello algo muy sospechoso. Definitivamente para él, algo muy grave había pasado en el Break O´Dawn.
 Las cosas se estaban complicando demasiado y el peligro se olía en el aire. Y eso que McCluskey no sabía ni la mitad de lo ocurrido ni se imaginaba lo que estaba por venir.
 Sin embargo, e irónicamente, la tragedia de aquel Domingo por la noche había salvado a Scarlet Jones de un terrible complot que le tenía preparado Annie Gilardino.


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