jueves, 10 de marzo de 2011

Capítulo XVIII

 Y Scarlet Jones no regresó más al apartamento de Simon Pileo en el edificio “Brick” del West 24Th, desde ese día ella y su amigo de blanco se escondieron del mundo civilizado en el pequeño refugio de los bajos fondos donde vivía este.

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 Pero los trabajos con la banda debían continuar, muy a su pesar y de la felicidad por la que atravesaban, pues había mucho que quitar todavía de su camino.
Simon no permitió que Michael fuera solo al North Value.
 En el transcurso de la semana había hablado con McCluskey para darle información sobre Frank Santino: Simon averiguó dónde se escondía y el Martes mismo citó a McCluskey en un bar. Dio la grandísima casualidad que el tema de Annie salió a la luz y McCluskey comentó que ella tenía un apartamento en el North Value. Simon no preguntó, ni modo, cómo sabía él eso, ya se lo suponía. Así que en aquella cita ya había solucionado dos problemas, y ya tenían dónde atrapar a Annie.
 Pero el apuro era que Frank se iba de Chicago esa semana y el detective debía detenerlo antes de eso. Así que él se encargaría de Frank.
 Lo que dejaba el camino libre a Michael ante la misión más difícil, pues nunca imaginó que debía matar a una mujer, pero ahora no solo debía hacerlo, sino que quería hacerlo con sus propias manos.
 Había pasado todos esos días con su Scarlet, porque ella ahora vivía con él, y aquello le dio la seguridad completa de que quitaría del camino lo que se atreviera a amenazar su felicidad.
 Yo estaba afligida, aunque sabía que Annie no representaba tal peligro para él estando así indefensa como estaba. Pero no quería ver a Michael enfrentando esos trabajos, no quería ver a Michael matando. Pero él aquel día iba con Simon, Tony y Bob, y, antes de irse, me besó en los labios bajo el umbral de la puerta de nuestra casa -al final del estrecho pasillo del tercer piso del viejo edificio “Vigilante”- y me dijo que cerrara bien todo y que me enfocara en los preparativos de nuestra boda. Que él estaría en casa antes de la media noche, que lo esperara.
 Yo lo vi marcharse en el Ford Deluxe negro de Simon desde la ventana de la sala, con ojos desvalidos.
 Michael iba extremadamente callado, pero los muchachos le daban ánimos, lo esperarían en el carro a la esquina del edificio mientras Tony le cuidaba la espalda. Él agradeció mucho ésa compañía, pues le fue muy difícil despegarse de los cálidos brazos de su prometida para ir a enfrentarse a una mujer que le repugnaba, pero ahora no estaba solo y lo consolaba que su Scarlet lo esperaba en casa, que ya el apartamento no estaría solo, y, lo más importante, ya cuando la amenaza de Annie hubiera desaparecido por completo.
 Se enfocó en esa felicidad que lo esperaba a tan sólo tres horas.
 -¿Cómo saben que Annie vendrá justo esta noche a aquel apartamento?- habló al fin.
 -Porque está vigilada y la policía averiguó hace días que ella y Antonio están separados. Debe de vivir ya en ese apartamento- le dijo Simon.
 -Claro, un matrimonio por conveniencia como ése. Ya de qué les sirve a esos dos- comentó Tony que iba al volante- Annie y Antonio al fin deciden dejar esa hipocresía y ese teatro. Están perdiendo el poder y se dispersan como ratas que huyen del barco que se hunde-
 Michael bufó, estaba callado, furioso, indignado. Muchos sentimientos a la vez porque estaba en plena luna de miel y sólo quería estar en casa con Scarlet, pero no podía.
 Ya el odio había pasado a un segundo lugar, no cabía en su mundo ahora.
 Pero el que se atreviera a hacerle daño a su Scarlet o a amenazarla, ya se ganaba una cita inmediata e irrechazable con él.
 Y por cierto, tenía la impresión de que ahora los muchachos los respetan mucho más. Simon no dijo más nada con respecto a él y Scarlet desde el Viernes por la noche. Él era ahora más hombre ante ellos, y su unión con Scarlet ya era sagrada. Michael simplemente la tomó antes del matrimonio, la hizo suya y se la llevó de casa de Simon, desafiando a toda la sociedad, incluso la misma tradición de la mafia, y fortificando el amor al estilo del mundo de las sombras. Él y Scarlet hicieron las cosas a su manera sin importarles la situación en que estaban ambos.

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Y en efecto, Tony tenía razón, Annie se encontraba enjaulada en su apartamento de lujo, y cual pantera encerrada, se paseaba de un lado a otro por toda la sala. Ella era muy intuitiva, veía de cerca la perdición de su marido, por lo tanto, aquella farsa ya no tenía sentido.
 Se tomó otro trago de whisky, ya era el tercero.
 No quería aceptarlo, pero por primera vez en mucho tiempo, se sentía derrotada.
 Nunca había visto a la policía tan cerca del centro del imperio Gilardino, y todo por culpa de McCluskey. McCluskey la había traicionado, ya varios capos que eran clave en la organización estaban muertos. “No son todopoderosos” recordaba aquellas palabras.
 Lo peor de todo eso –pensó la mujer ahora parada frente a la ventana mirando hacia la ciudad- era que estaba allí sola, abandonada y a nadie le importaba.
 A Annie nadie la había amado y ahora eso le estaba pegando duro.
 Quería tirar el vaso de whisky y estrellarlo contra la pared, pero el teléfono suena: Era el portero quien la llamaba para avisarle que había un hombre allá abajo que la solicitaba.
 De muy mal humor, Annie deja el trago sobre la mesa. Nadie, excepto sus amantes y El Martillo, sabían de aquel apartamento. Tenía miedo, Annie veía traiciones por todas partes.
 Dio más vueltas nerviosa, no bajaría.
 Volvió a sonar el teléfono, el portero estaba muy urgido y supo que era una emergencia. Entonces la mujer soltó una carcajada recordando ¡Era El Martillo! ¿Quién más? Venía a traerle las orejas y los dedos de Scarlet Jones, más los dientes y un ojo. Eso lo explicaba todo, aquella misteriosa visita.
 Alucinando, la mujer se arregló el pelo y el maquillaje frente al espejo para bajar a recibir su premio.
 Los diecinueve pisos se bajan rápido, al instante ya estaba en la entrada y lo que se encontró allí fue la soledad absoluta.
 Eran apenas las diez de la noche ¿Dónde estaba el portero, los vigilantes?
 Ella no sabía que dos estaban muertos y uno maniatado en un rincón oscuro del cuarto de limpieza del edifico.
 Subió a su apartamento otra vez con una extraña sensación en las entrañas. La puerta  estaba cerrada y las luces apagadas, tal como las había dejado.
 Entró y cerró otra vez, pero antes de prender la luz una voz hace que le salte el corazón:
 -¿Cómo estás, Annie?- habló con finura.
 Estaba alucinando, había bebido demasiado whisky. Annie se tambaleó del impacto y casi se cae.
 -¿Estás bien, Annie?-
 No, no estaba bien, estaba mareada y alucinaba.
 Se sentó en el suelo y al fin el extraño encendió la luz. Pudo ver que un hombre con traje blanco estaba cómodamente sentado en su sillón y se fumaba un cigarrillo.
 Pero Annie nunca le vio el rostro.
 -Mírate no más, Annie- continuó la voz –Una mujer perfecta, que lo tiene todo, educación, belleza, inteligencia, dinero, sensualidad…y nadie te quiere-
 Aquel extraño había herido a la poderosa Annie en lo más profundo. Se quedó oyéndolo con una expresión vacua y desolada.
 -Tanta belleza…- el extraño encendió la lámpara de la mesa y Annie lo vio, un joven moreno vestido de blanco y de maneras muy refinadas- tanta belleza…- y el joven se paró y se le acercó meneando la cabeza con lástima- y lo que haces sentir, Annie, es repulsión ¿Será posible? Sí, sí es posible que algo tan bello sea tan repulsivo y simplemente basura-
 -¡Maldito malandro callejero!- Annie estaba fuera de sí, borracha, tirada en el suelo. Michael suspiró con fastidio y sacó su pistola -¡Cómo te atreves…??- seguía balbuceando la mujer.
 -¿Cómo te atreves tú, basura?- la atajó el joven con una calma muy fría -¿Cómo te atreves siquiera a hacerle algo a Scarlet Jones, basura? Ni en un millón de años, ni con la belleza de mil diosas podrías compararte con ella-
 Solo un disparo retumbó por los pasillos. Un tiro certero directo al cerebro y listo, la mujer cayó muerta y la lujosa alfombra de la sala se bañó de sangre.
 El criminal de blanco desapareció del departamento y un auto encendido lo esperaba en la esquina.

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 La mujer muerta en su apartamento, la sangre en la alfombra, un desconocido entró por la ventana… McCluskey tuvo que cubrir el crimen con pesar.
 -Oh, pobre Annie- lamentó, pero él ya sospechaba que así terminaría Annie Gilardino.

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