viernes, 27 de mayo de 2011

Capítulo XXIII Final




 Estaba dispuesta a morir, no le tenía miedo a la cruel y fría arma que estaba apuntando.


 En una semana había sido todo lo feliz que nunca fui en veintiocho años, y además fui más feliz que cualquier mujer sobre la Tierra.


 Volteé a ver a Michael y lo que había en su rostro era resignación y tranquilidad.


 Por un momento me miró y sonrió agradecido, agradecido por esa semana juntos que yo le había dado.

 Pero ahora nos habían atrapado, y había sido un camino largo de venganzas, sembrado de muerte; ahora el cansancio era lo que albergaba nuestras almas. Había llegado el final y ambos agradecíamos a la vida por el amor que habíamos conocido juntos.

 No veíamos a nadie más en aquella gélida calle sino al hombre que nos apuntaba con un arma, parado ahí firme a pocos metros de nosotros. Y Michael, Michael permanecía callado, adolorido del brazo inútil, muy cansado y derrotado.

 McCluskey nos apuntó, a los dos, uno tras otro directo a la cabeza y dispararía en cualquier momento.

 Silencio. Las sirenas se habían ido, la policía se llevaba gente presa y seguramente nuestros amigos habían muerto en la guerra contra los Gilardino en el Break O´Dawn… ya no nos quedaba nada, Michael y yo no teníamos nada que hacer allí; la calleja donde nos atraparon seguía vacía y el coche patrulla, con otro hombre adentro, sería el único testigo de nuestra ejecución.

 De repente, el detective titubeó, y ante mis ojos incrédulos bajó el arma y suspiró.

 Ni Michael ni yo nos movimos, y no dábamos crédito a nuestros ojos… ¡Él había bajado el arma!

 -Yo no he visto nada- dijo al fin McCluskey y la cegadora luz del coche patrulla se apagó dejándonos en las sombras.

 -¿Qué?- yo pensaba que aquello era un juego.

 -Ya me oyeron. Yo no he visto nada aquí, no los conozco, nunca he visto a ninguno de los dos, sólo a Scarlet como artista, pero más nada. Tampoco sé nada sobre un sobreviviente de la masacre del “Club 30s”, mucho menos de un asesino sin rostro- el detective sacó un cigarrillo y lo encendió tranquilamente- Los mafiosos se mataron unos a otros. La misma historia de siempre-

 -Ian…- yo no podía creerlo. Era cómplice de la banda y no sólo eso, McCluskey perdonaba a Michael ¿Por qué? No lo sabía, y no preguntaría –Gracias…-

 -Sólo váyanse de aquí, por allá atrás, lejos- terminó con un guiño.

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 El teniente Thompson salió de la patrulla al ver eso, y después de que McCluskey dejara ir a la pareja, observando cómo se marchaba ésta y se perdía en la oscuridad del callejón, éste da la media vuelta y regresa al coche como si nada.


 -¿Qué pasó, capitán? Dejó ir a esos dos- preguntaba Thompson confundido -¿Está loco?-


 -¿Esos dos turistas? Nos equivocamos, Thompson, todo es como sospechábamos. Entre estos Gilardino y Santino, y los Ferrero o qué se yo, se jodieron ellos mismos y esos dos incautos turistas andaban paseándose por ahí como si Chicago fuera un paraíso- meneó la cabeza y se metió al coche- ¡Vámonos! ¡Los verdaderos criminales están allá en el hotel!-



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 No supimos de Simon por un largo rato, pero sí supimos que nadie tuvo que intervenir en el allanamiento. Nosotros sólo llevamos a la policía allá y les dimos las evidencias en bandeja de plata, de resto todo ocurrió por sus propios motivos.

 El enfrentamiento entre la policía y el imperio Gilardino fue devastadora y dejó varios muertos. De esta sangrienta guerra sólo nosotros quedamos en pie.

 Y ahora ¿Qué pasaría?

 El imperio del crimen se había quedado sin capo, el más poderoso de los sobrevivientes tomaría el control y si tenía la habilidad suficiente para hacerlo, éste se convertiría en el nuevo capo di tutti capi.

 Y yo creo que sabía quién sería.

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 Pasamos dos semanas en nuestro refugio del 3-C, ocultos y con poco contacto con la banda. El Domingo siguiente nos iríamos a Minnesota, a una cita privada e íntima en la capilla Saint Michael…

 Los tiempos eran ahora muy distintos, porque ahora éramos plenamente felices.

 Otra cosa había ocurrido en esas dos semanas: Michael había heredado el “Club 30s”, ahora era el legítimo dueño del local, y todo gracias a la ayuda de McCluskey, quien había recuperado los papeles originales, quien había deslegitimizado los títulos de los Santino sobre éste y así el título de propiedad pudo llegar a su legítimo heredero.

 Así que ahora Michael y yo teníamos un nuevo trabajo, re-abrir y poner a funcionar el club donde desarrollaríamos y explotaríamos ambos nuestras habilidades artísticas.

 Nuestra vida no podía ser más feliz

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 Una noche en el “Club 30s”, pocos días antes de la boda, Simon y Odette llegaron en una gran limosina.

 Hacía días que no sabía de ellos, porque después del asesinato de Antonio debíamos permanecer ocultos y separados por unos días… todo mientras las cosas se calmaran.

 -Miren todo esto- Simon paseó los ojos por todo el local apenas entró –Está agarrando vida rápido-

 Michael y yo los recibimos con orgullo, limpiábamos el lugar y buscábamos personal con mucho cuidado.

 -Odette- saludé a mi amiga y ella me llevó a un lado del bar:

 -¿No es todo esto maravilloso?- exclamó.

 -Sí, lo sé ¡Lo es!- no sabía si mi felicidad era obvia.

 -El club de ustedes al fin, Michael recuperó lo que le arrebataron y tú el lugar que era de tu madre-

 -A veces quisiera llorar pero de felicidad- me emocioné pero luego quise saber –Y dime ¿Cómo van ustedes?- pues esa limosina era hermosa.

 -Simon ha tomado el control de todos los negocios de Antonio, los hemos comprado- ella se había puesto muy colorada porque sabía que mi pregunta no se refería eso.

 -Tenía mis sospechas, pero no estaba segura si Simon iba a seguir-

 -Sí, va a seguir. Pero tenemos mucho que sacrificar, Scarlet, o tal vez debería llamarte Adela Pileo futura Adela Jackson-

 -Scarlet- aclaré –Sólo sigue llamándome Scarlet. Entonces tú y Simon…-

 -Nos amamos- ella sonrió plenamente y yo también –Pero él quiere protegerme, así que por ahora nuestra relación no debe ser divulgada… ya sabes-

 -Sí, entiendo, Michael y yo todavía pasamos por eso. Nuestro mundo es el de las sombras…pero aquí es que somos felices ¿No?- la consolaba y ella me sonrió asintiendo.

 -Completamente. Ahora vivimos juntos en el “The Brick” y tenemos un perrito- me dijo en voz baja

 -¡Odette! ¡Que bien! Nos alegramos por ustedes. Y no se preocupen si no pueden casarse todavía, Michael y yo tuvimos que esperar aunque ya falte poco. Es por nuestro bien actuar con cautela- se me cortaron las palabras por la emoción y ella me tomó de la mano:

 -¿Estás nerviosa?-

 -Estoy feliz- yo casi grito.

 -Michael está muy ligado a Simon ¿Sabes?- me comentaba Odette- Él lo necesita para mantener las cosas bajo control-

 Ella y yo miramos a nuestros hombres que charlaban recorriendo todo el local, Michael estaba radiante, alegre y extrovertido.

 -Lo sé, él seguirá siendo un asesino, ya me lo dijo- suspiré, pero no estaba triste por eso –Es la vida que conocemos, ¿Entiendes? Nuestra vida, Odette, él y yo hemos salido y nos hemos dado cuenta que no pertenecemos al mundo. Además, todo será muy distinto con Simon al mando. Michael me dijo que sólo hará justicia-

 -Así es. Yo también estoy segura que Simon también trabajará para hacer justicia y no para hacer que todo el negocio sea corrupción. Ahora ellos nos tienen a nosotras, nosotras los salvamos-

 Yo asentí sonriendo plenamente pues Odette tenía toda la razón con aquella última frase.

 Odette y yo nos abrazamos y por la emoción casi que se nos salen las lágrimas. Nuestros hombres se dieron cuenta y se acercaron.

 -¿Qué cosa tan buen estará pasando aquí?- dijo Michael con su misma sonrisa tímida de siempre, pero ahora como un hombre muy seguro de sí mismo y muy dichoso.

 -Todo será muy diferente- dijo Simon abrazando a Odette –Eso le decía a Michael, quien será nuestra mano derecha ¿No?-

 -Así es- Michael hizo un gesto muy galante con el sombrero.

 -Michael me contó sobre su visita nocturna al señor detective- me comentó Simon.

 Como bien decía, Michael una de estas noches se le apareció en el apartamento a McCluskey- sorprendiéndolo y asustándolo también- armado y muy serio. La visita fue para tener muy en claro el pacto, el de ayudarnos mutuamente.

 -En pacto es seguro- le dije a Simon –Ian es un buen hombre y muy leal. Se que es un hombre de palabra.

 Los cuatro esa noche en el “Club 30s” celebramos con renovadas esperanzas. Nuestros amigos Rupert y Mary, Roberto y Antonietta se casaron, muy discretamente como era en nuestro mundo, y Michael y yo lo haríamos pronto. Bebimos fino vino y escuchamos la vieja rocola del club hasta la madrugada, hablando y haciendo planes, afianzando nuestro futuro. Fue como volver al pasado y yo casi veía a mi madre allá sobre la tarima, junto al viejo piano y Michael a su familia alegremente merodeando por  todo el local.

 El “Club 30s” con nosotros allí, él y yo de nuevo en el lugar que era de nuestros padres, reviviéndolo, hacía que los que faltaban volvieran a la vida en un hermoso homenaje.

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 Cuando el tiempo fue preciso, justo el Domingo después a aquel encuentro en el viejo club, una pequeña y secreta ceremonia se celebraba en la capilla Saint Michael, en Minnesota, donde un grupo de citadinos de Chicago celebraba con mucha alegría una tierna boda.

 Una joven de elegante vestido blanco y un caballero de descendencia Afroamericana vestido de fino traje negro se casaban, y el cura nunca había visto pareja más inusual, pero se notaba a leguas que era una pareja feliz y con un futuro seguro, rodeada de amigos y con un lindo hijo adoptivo llamado “Pipy” que era, de hecho, el portador de los anillos de matrimonio, muy dorados y finos. La pareja, aquella familia y amigos tan disfuncional- que por alguna razón recordaban un poco a los famosos gangsters que habían hecho estragos hacía poco en Chicago- enseñaban una lección a todos, veía aquel cura, desafiaba todos los prejuicios de la sociedad sin importarles nada porque solo el amor y la amistad valían la pena.

 Así que ese día se sintió muy dichoso de casar y celebrar aquella ceremonia.


viernes, 13 de mayo de 2011

Capítulo XXII

 La noche del Viernes era la más concurrida en el casino, aunque en estos tiempos, y sin su rutilante estrella, ya no era lo mismo. Y teníamos confirmado que Antonio estaba allí, que se la pasaba metido en su guarida urdiendo planes y trampas que le salvaran el cuello.

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 El viejo capo no sentía nada por la muerte de su esposa, pero sí le preocupaba quién lo había hecho. Eso lo tenía acorralado y temeroso, vigilando con su único ojo sano cada rincón de sombras en la habitación.
 Porque esta vez no fue la policía, no, no fue la policía. Nunca fue la policía, de hecho. Y ahora estaban cayendo todos como fichas de dominó.
 Y ¿En verdad habían sido los Santino quienes asesinaron a Rocco? No lo sabía, el miedo se quería apoderar de su robusto cuerpo aunque se resistiera, y allí estaba él solo y acechado por sombras y fantasmas.
 Sentía agitación en el ambiente y no sabía por qué, tal vez eran sus demonios que estaban allí para cobrárselas. Sí, el Diablo al fin estaba cobrándose las cuentas ¿O tal vez era Dios? De repente le dio por recordar el rostro de todas aquellas personas inocentes a quien les había quitado todo, incluso la vida, y ahora sentía que todas esas personas estaban allí en su oficina esa noche. Estaban allí, sí, Antonio se estaba volviendo loco.
 El timbre del teléfono rompió el embrujado silencio de la lúgubre oficina. El capo de la mafia contestó malhumorado y las pocas palabras que salieron del auricular bastaron para hacer que al hombre se le erizaran los pelos de la nuca: “Están allanando el Break O´Dawn, jefe”.
 Tiró el teléfono al suelo, la policía no podía hacer aquello ¿Cómo se atrevían? no tenían evidencias ¿O sí las tenían? Su impenetrable imperio estaba siendo burlado.
 Acto seguido se paró del escritorio un poco fuera de sí, todavía sentía la presencia de todos aquellos fantasmas y estaba solo; sí, Antonio, el capo di tutti capi, estaba ahora solo, porque lo que era falso y mal adquirido no duraba mucho, y menos cuando los malos momentos se presentaban.
 Asustado corrió a la puerta, había agitación afuera, lo sabía, abrió la puerta y… lo que se encontró fue a sus dos guardaespaldas muertos en el piso.
 -¿Qué rayos??- el capo simplemente no podía entender, puesto que no había escuchado ni un solo disparo en ningún momento. Aquello debía ser una pesadilla, un delirio, nada más.
 -¿Me recuerdas?- pero una voz femenina le recordó que ésa era su realidad. El corazón le dio un vuelco, miró hacia todos lados como un tonto y no vio nada, pero fue en eso que de ambos lados de la puerta se aparecieron dos figuras que le apuntaban con pistolas. Antonio estaba aturdido y desfallecido de la sorpresa, pero eso no le impidió distinguir que ambas pistolas estaban cargadas con silenciadores y que la voz femenina le pertenecía a Scarlet Jones. No solo eso, su acompañante era el negro, aquel condenado novio negro que ya le habían mencionado antes.
 -Scarlet...- balbuceó con desprecio, un desprecio único de un hombre orgulloso herido hasta la médula que se encontraba ahora indefenso y humillado.
 -No exactamente, Antonio. Sí, Scarlet Jones es mi apodo, pero en realidad soy alguien más ¿Te acuerdas verdaderamente de mí?- me burlé con todo el odio contenido por muchos años – Soy la hija de La Voz de la Noche ¿Te acuerdas, querido Antonio?-
 Aquello no se lo esperaba el hombre, pálido y frío se tambaleó sobre sus piernas. Antonio Gilardino al fin supo por qué Scarlet Jones le recordaba a alguien más, y quién era ese alguien mas.
 -Sí, el “Club 30´s”- ahora hablaba Michael -Y ¿Te acuerdas de mí también?-
 Y el hombre vio a Michael con el rostro lívido y sudoroso.
 -Sí, los Jackson de Georgia- le recordó, porque Michael sospechaba que Antonio nunca supo que él había sobrevivido a la masacre del “Club 30´s”.
 -Esto… no puede ser...- balbuceaba como un tonto, primero negándose a aceptar nada, herido en su orgullo, pero luego aferrándose a su poder otra vez –No se salvarán, se los juro. Yo soy el capo, nadie se salva-
 -Oh, ya no lo eres- me burlé yo y mi pistola apuntaba directo a su cabeza con una precisión de acero.
 -Ya todos la han pagado, Antonio, sólo me faltas tú- sentenció Michael cantarinamente.
 -Y esto va por mi madre también- agregué yo.
 El terror que padeció Antonio en esos minutos de amenaza fue tal vez peor que el de todas sus víctimas, porque estaba acompañado por el remordimiento y estimulado por el odio y la venganza.
 Y nuestro tiempo era muy corto.
 Michael y yo disparamos silenciosamente y al mismo tiempo, sin darle ningún chance ni escapatoria, y Antonio calló sin vida sobre su silla y luego, con estrépito, tras el lujoso escritorio.
 Silencio.
 -¿Estás bien?- me preguntó él. Tenía su brazo enfermo vendado e inmóvil bajo el blazer y su arma colgaba de su mano derecha a un costado. Cansados y tristes los dos no sentimos ningún gusto por lo ocurrido.
 -Estoy bien- musité con unas lágrimas empañando mis ojos- Eso creo-
 -Bien, tienes que volver a cargar el arma, vamos, no hay tiempo- Michael  proseguía como si me estuviera dando clases. Él también cargó su pistola, con dificultad debido a su brazo inútil –Todo acabó ya, Scarlet, ahora nosotros tenemos que preocuparnos en salir de aquí antes de que nos atrapen- y en ese momento escuchamos una balacera procedente del hotel que nos puso los pelos de punta.
 -¡Espero que Simon esté bien!- exclamé pensando por dónde podríamos escapar Michael y yo.
 Afortunadamente, yo me conocía todo el hotel y además teníamos el propósito de hacernos pasar por turistas fácilmente, yo vestía con un traje común y corriente y Michael, por su lado, un traje negro, y sin contar que mi cabello seguía teñido de negro y esperaba que nadie me reconociera.



 -Simon y los muchachos deben estar afuera respaldando el allanamiento, por eso la balacera, tal como suponíamos- decía él agitadamente, me tomó del brazo y juntos salimos de la oficina –No sé qué puede estarnos esperando afuera, Scarlet, pero nosotros no podemos meternos en eso. Nos matarán-
 Había gente y alarma por todo el hotel y yo fui bastante ingenua al creer que nadie me reconocería y que pasaríamos desapercibidos: éramos más que sospechosos y los empleados del hotel volteaban a mirarme con duda.
 Llevé a Michael hacia la parte de atrás para salir por el área de mantenimiento, pero ya la guardia y los hombres de Antonio comenzaban a seguirnos.
 Estaba muy asustada ya, hacía rato que había perdido la seguridad.
 Nos apuramos por los pasillos cuando ya sentíamos la algarabía atrás de nosotros. Pero gracias a que yo me conocía cada rincón nos podíamos escabullir de todo.
 Llegamos hasta los vestuarios para los saunas, a es hora de la noche cerrados, y allí esperamos un rato. Nada.
 -Creo que ya podemos salir. No te separes de mí, solo finge que nada es con nosotros- me decía Michael en susurros.
 Salimos al fin por el estacionamiento y vimos que la policía había acordonado todo, lo que dificultaba cualquier posibilidad de salir del edificio. Había muertos sin duda, además de los tres que dejamos en la oficina, y cualquier sospechoso que pasara por allí era detenido.
 -¿Dónde estarán Simon, Rupert y Tony?- mi angustia me hacía sollozar –Se supone que nos esperaría un coche por aquí cerca, y allí los pueden atrapar-
 Corrimos por la calle agitada, evadiendo el cordón policial, como si nada fuera con nosotros y llegamos hasta donde una vez Michael tuvo un altercado con la pandilla de Luis Romanos. Entonces allí un carro frenó bruscamente y una brillante luz nos cegó, no supimos más nada.
 -Bajen sus armas- nos ordenó una voz. La conocía.
 -Ian, no dispares, soy yo- aún no me había dado cuenta de la situación, solo hablé con él creyendo que con eso nuestros problemas acabarían.
 -Scarlet- McCluskey se dejó ver, estaba frente al coche detenido y nosotros en la acera. Yo no me asusté al momento porque nosotros teníamos un pacto con él, pero enseguida me acordé que Michael no. Recordé que Michael no debía ser descubierto, que era el asesino que buscaba la policía, y que de hecho era el asesino sin rostro que buscaba McCluskey desde el comienzo. Caí en cuenta de eso y un frío punzante se apoderó de mí, la situación se volvió en contra de nosotros –Scarlet, apártate de este criminal- me ordenó.
 -Ian ¿Qué dices? Espera… él no- balbuceé incapaz de pensar, él no sabía nada de los nuestro con Antonio tampoco, había demasiado que explicar en un momento muy comprometedor –Escucha…-
 -Ya los eliminamos a todos, pero aún falta uno- dijo con severidad- Bajen sus armas ahora-
 -Por favor… escucha… tu no entiendes- miré a Michael desesperada y lo encontré resignado, atrapado –Mike, explícale-
 -Este hombre tiene todo un historial de crímenes, Scarlet, apártate de él, es uno de ellos-
 -¡No, no lo es!- le dije. La fría pistola de McCluskey apuntaba a Michael implacablemente. Había jurado darle caza al asesino sin rostro.

 -Baja tu pistola, muchacho. No tienes ya escapatoria- sentenciaba el detective- Eres el hombre que buscaba-
 -No, él sólo quería vengar a su familia- yo le explicaba inútilmente sin saber por dónde empezar –Michael nos ha ayudado a todos eliminando a los Santino y a los Gilardino…-
 -¡Apártate Scarlet! ¡No quiero herirte!- exclamó McCluskey ante mi desesperación, con aquella arma firme y amenazante contra nosotros –¡Este criminal no se me escapa!-
 -Por favor… Ian, no mates a Michael ¡No lo mates!- rogaba inútilmente porque el cañón despiadado apuntaba firme y sin vuelta atrás, McCluskey dispararía. Entonces, temblorosa, me interpuse entre ellos dos.
 Fue cuando Michael habló con voz tensa:
 -No te atrevas a herir a Scarlet, tu problema es conmigo, y yo no me arrepiento de nada de lo que hice. No maté a nadie inocente, al contrario…- y le dirigió una mueca burlona al detective- Yo hice la justicia que ustedes no hicieron para con las víctimas de la masacre del “Club 30´s”, hace diecisiete años-
 Aquellas palabras causaron un gran efecto en el detective, y, a pesar de que temblaba, pude ver el impacto en el rostro de McCluskey.
 -¿El “Club 30´s”?- hablaba para sí mismo el detective –Tú… ¿Aquel niño?- deliraba pero no bajaba el arma –No puede ser-
 Michael y yo permanecimos indefensos ante él y la policía, con aquel faro de luz brillante contra nosotros, los dos a merced de McCluskey.
 -Entonces sí sabes de eso, te acuerdas- musitaba Michael mirando al hombre fijamente –Pues resulta que yo sobreviví, para hacer justicia-
 El arma del detective tembló, lo vi, pero no podía adivinar de cómo actuaría, si mataría a Michael y tampoco si me mataría a mí.
 -Tendrás que matarme a mi primero- me interpuse al fin, y no me apartaría de Michael.